Sexadoras de libros
La Real Academia define sexador/a como «persona que se dedica a sexar animales, especialmente pollos». ¿Se imaginan la escena? No es preciso dar detalles: encerrados en una granja, sentados en una banqueta, bajo las luces de unas bombillas cuya luz amarillenta deprimiría a cualquier gallina ponedora o gallo de pelo en pecho… Escenificaciones aparte, estas palabras de la Academia eran justo las que esperaba para avalar mi argumentación de base y con un fondo de armario donde me van a colgar unos modelitos a cual más favorecedor desde este preciso instante (veo venir el aquelarre). Tiene que ver con la odiosa – si, odiosa – manía de las cuotas femeninas y feministas (pueden extenderlo a otros gremios) que se dedican al recuento, al porcentaje sexual o de género; ¿cuántos libros firmados por mujeres aparecen en tal escaparate (tradúzcase por publicación, periódico, revista o similar de una cierta proyección pública) o cuántas mujeres artistas han sido seleccionadas para una exposición, integran los fondos un museo o son reseñadas en tal o cual medio de comunicación? Cambien ustedes la imagen sugerida unas líneas más arriba, y coloquen en el lugar del animal (pollo) al que sexar, un libro o un cuadro, por ejemplo. Sentados en una banqueta y apartando a un lado las novelas escritas por hombres y, al otro, las de mujeres. Paseando por una galería de arte y contabilizando cuántas son las obras rubricadas por un varón o por una hembra. Dos términos de rancio abolengo.
¿Absurdo, verdad? La cuota, la temida cuota, nos acecha un día si y otro también. Así se deben de pasar la vida aquellas/os que elaboran informes – con gráficos, tablas y demás que, luego mandan y cuelgan en las redes sociales y que recibimos cada semana – pasando lista, poniendo rayas y cruces, según sexo. No me imagino trabajo más alienante y me pregunto, tras mis perversas elucrubaciones de mujer y profesional bajo sospecha, en el ojo de la mirilla sexadora: ¿abrirán esos libros?, ¿los leerán?, ¿mirarán esas piezas de arte contemporáneo más allá de salvénse las partes? ¿O sencillamente suben las faldas y bajan los pantalones para saber si nació niño o niña? El valor del libro u objeto artístico en cuestión no radica en su trascendencia (la madre de todas las dudas), sino en que lo haya creado una dama o un caballero. Si es dama, adelante, pase usted primero. Y si es caballero, vaya después y ceda el asiento. Recuerdo que esta clase de distingos, para cierto feminismo, era objeto de una pasada de uñas encolerizada por el lomo de quien osara. Razones hubo y hay para las ofensas, pero fue hace cien años (el 10 de marzo de 1914) cuando la sufragista británica Mary Richardson, con un hacha corta de carnicero, atentó contra la Venus del espejo de Velázquez en la National Gallery de Londres, en protesta por el arresto el día anterior de la líder del movimiento, Emmeline Pankhurst. Su agresiva queja, arma blanca en mano e hiriente agresividad limpia de sangre, fue por la liberación de una compañera, y eligió para el castigo el sexista cuadro de Velázquez,
Llegados a este punto de la demagogia, para hablar de igual a igual con las estadísticas sexadoras, cierren la puerta de los museos porque habría que acribillar la Historia del Arte en pleno: de la Venus de Willendorf a Picasso y sus Señoritas de (mala vida) Avignon. Cierren las Academias: en la Española no se sientan ni diez mujeres, frente a los cuarenta y tantos caballeros. Otro llamamiento demagógico: den una vuelta por la exposición que el Thyssen dedica ahora al pop; mujeres artistas, pocas o ninguna (no me dediqué a contarlas), y, como objeto, muchas. Desnudas otras tantas, como las de Wesselmann. Y tontas sugerentes, todas las de Lichtenstein (en la imagen). Por cierto, demagogia es palabra de género femenino. También es perversa la lengua. Femenina en su género, también. No obstante, el idioma es masculino. Y sexar significa en el diccionario: «Tener relaciones sexuales». Menudo lío de géneros y de definiciones. ¿Los sexadores de lo que sea qué hacen, entonces? Me perdí de tanto sexar libros, exposiciones, palabras. No es lo mío. Permítanme que me ría porque -como diría aquel- no voy a llorar.