¡Qué tempestad! La semilla de la bruja de Margaret Atwood
Para conmemorar los cuatrocientos años de la muerte de Shakespeare, The Hogarth Press —editorial fundada por Virginia Woolf y Leonard el 1917 y relanzada en Londres y Nueva York en 2012— puso en marcha The Hogarth Shakespeare proponiendo a varias autoras y autores que recreasen sendas piezas de William Shakespeare.
En 2015, la británica Jeanette Winterson inauguró la iniciativa con El hueco del tiempo, revisitación que homenajea al Cuento de invierno. La siguieron Howard Jacobson y Anne Tyler; en 2016 llegó el turno de Margaret Atwood y posteriormente el de Tracy Chevalier y de Edward St. Aubyn.
Margaret Atwood (Ottawa, 1939) aprovecha La tempestad —seguramente la última obra que Shakespeare escribió— para organizar una orgía de venganzas tormentosas y para reformularla drásticamente con grandes dosis de su ironía e inteligencia habituales.
La trama de la novela es tan absorbente y chispeante que con ella bastaría. Seguimos las aventuras y desventuras tanto personales como profesionales de un despechado y raído —necesitado de una dentadura nueva— director de teatro, Felix Phillips (alias Duke), al que un trepa cargado de ínfulas y con aspiraciones políticas ha destrozado carrera y vida.
Viudo tiempo ha y padre de una niña que murió a los tres años —que no por casualidad se llama Miranda—, sobrevive organizando una obra de teatro anual (siempre de Shakespeare) en la cárcel de hombres de Fletcher. En las frecuentes entradas y salidas se relaciona con un par de guardias, lo que le permite declamar:
Lo que debería preocuparos son las palabras, piensa él al mirarlos. Esto es lo que de verdad es peligroso. Las palabras no se ven en los escáneres.
Además de mostrar la vida cotidiana de Duke y de seguir el ininterrumpido diálogo con la fantasmal Miranda —su peculiar forma de duelo—, el libro avanza entre cabildeos, ensayos, reinterpretaciones e incluso continuaciones y variantes que los presos proponen para la obra, circunstancia que Atwood aprovecha para adentrarse en las cárceles y la beneficiosa tarea que pueden hacer literatura y teatro, así como para vengarse de la desaforada lectura actual que frecuentemente sufren las obras de Shakespeare cuando son subidas al escenario. Sospecho que en esta última ventolera, se ríe incluso del encargo que le han hecho.
Una serie de carambolas brinda al director la posibilidad de vengarse de quien procuró su ruina y, de paso, de la clase política. Es una empresa difícil pero que tiene probabilidades de éxito, no en vano también es actor, y ya se sabe:
Confiamos en usted, señor Duke —dice Dylan. Insensatos, piensa Felix: nunca hay que fiarse de un actor profesional.
Decía más arriba que no hacía falta haber leído la obra original para adentrarse en la de Atwood, pero eso no quita que sea altamente recomendable. Para corroborar la atemporalidad de La tempestad y todo Shakespeare; para observar la vida del teatro y el teatro de la vida; para divertirse en el juego de espejos constante y las trampas que propone la autora. Para disfrutar de las Mirandas y los muchos personajes de las dos (¿o tres, o más?) actuaciones. De las muchas capas de la cebolla.
Margaret Atwood. La semilla de la bruja. Trad. Miguel Temprano García. Barcelona: Lumen, 2018