La mujer subterránea: feminismo, literatura y autoría
De un lado a otro de la geografía y del tiempo, se puede seguir la corriente subterránea que ha unido la escritura de las mujeres. Decía Adrienne Rich que la conciencia de la identidad femenina se forja dentro de una comunidad de mujeres. Sin embargo, cuesta pensar que la conciencia de la identidad como autora se forje dentro de una comunidad de escritoras. Siempre me he imaginado a las mujeres que a lo largo de la historia han escrito y publicado libros como un archipiélago de islas a la deriva desprendidas del continente de la literatura universal —la literatura canónica, la que escriben los hombres.
Cuando comencé a leer con cierta conciencia, no era capaz de ver que la mayoría de los libros que llegaban a mí a través de los cauces naturales —las clases de literatura del instituto, las visitas a la biblioteca del pueblo, las estanterías de la casa familiar— estaban escritos por hombres. Ni siquiera me planteé preguntarle nunca a mis profesores dónde estaban ellas, las autoras. Era algo que me parecía lógico: si no había escritoras, sería porque no existían. No se me pasó por la cabeza la idea de que estuvieran tan perdidas, tan silenciadas e invisibilizadas, que si no me ponía a buscarlas como si fuera una detective —siguiendo las pistas y esforzándome mucho por encontrarlas—, nunca llegaría a leerlas.
Sé que hay personas que han tenido la suerte de contar en sus vidas con alguien que les guiara, que les ha descubierto a Carmen Martín Gaite o la poesía de Emily Dickinson, pero a mí eso nunca me ocurrió. El camino que emprendí como lectora fue autodidacta, torpe y muy accidentado. Un día, sin saber muy bien cómo, llegué a ellas y sigo llegando, porque la genealogía literaria femenina está tan fragmentada y rota que el descubrimiento de autoras dura toda la vida. Sin ir más lejos, a Luisa Carnés (1905-1964) la conocí en 2016 cuando se reeditó en la editorial asturiana Hoja de Lata su novela-reportaje Tea Rooms. Mujeres obreras. Y así fue cómo me encontré con Matilde, su protagonista, una joven precaria que inició su peregrinaje laboral en un salón de té como yo lo empecé a los dieciocho años en un McDonald´s. Treinta años de mi vida sin saber de la existencia de Carnés, una autora de la Generación del 27 que procedía de una familia humilde, que fue periodista y que saciaba su voracidad lectora intercambiando novelitas. Indagando comprobé que Carnés tenía dos libros más publicados en la editorial sevillana Renacimiento: El eslabón perdido(2002) y De Barcelona a la Bretaña francesa (2014). A estos hay que sumarle el último, Trece cuentos (Hoja de Lata, 2017), una antología de narrativa breve que incluye la fotografía de la hermosa cartera de piel donde Carnés guardó sus relatos mecanografiados para cruzar con ellos la frontera francesa en 1939. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué hay que esperar tanto para conocer la obra de una autora que publicó hace menos de un siglo? ¿Por qué no la estudiamos a ella?
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