Fragmentos de una mujer: De maternidades, cuerpos y pérdidas.
Por más que los hombres tratemos de ser empáticos con nuestras compañeras, por más que escuchemos su voz y leamos sus relatos, por más que nos convirtamos en unos (imperfectos) padres responsables, siempre nos quedaremos en las afueras de la experiencia, física y emocional, que supone la maternidad. Una experiencia que no ha formado parte de la narrativa de lo universal y que solo muy recientemente, y todavía bajo una cierta categorización de excepcional, ha empezado a ocupar libros, reflexiones y hasta películas, y no como un elemento secundario de la principal trama masculina, sino como eje central de la historia. Fragmentos de una mujer, dirigida por Kornél Mundruczó, y recién estrenada en la plataforma Netlflix, es uno de esos relatos que sitúa en el foco las vivencias de una mujer que pierde su hijo nada más nacer. Tras una primera media hora difícil de olvidar, en la que se nos cuenta en un solo plano secuencia todo el proceso del parto y en la que es imposible no sentirte parte del dolor y la emoción, asistimos al largo y lento proceso de duelo de una madre que dramáticamente no llega a serlo, y a cómo trata de superar un enorme sentimiento de culpa – ay, siempre la culpa como navaja que parte en dos a las mujeres – que le impide ser la que siempre fue.
La actriz Vanessa Kirby, premiada en el pasado festival de Venecia y que seguramente será candidata a todos los galardones de esta temporada, nos sacude sin apenas palabras, con solo su presencia, sus miradas, sus silencios, sus alas quebradas. Sin caer en los excesos melodramáticos a los que podría haber dado lugar la historia, la actriz nos habla desde la contención, desde la hondura, y nos muestra cómo la madre que no fue es la única que siente dentro de ella el dolor de la pérdida, el remordimiento de las equivocaciones, el vacío que de momento nada ni nadie puede llenar. La película nos dibuja además cómo su pareja, un intenso Shia Labeouf, también destrozado, trata de superar del duelo por otras vías, sin que en ningún caso su dolor pueda ser comparable al de su compañera. Por más que en algún momento lo veamos como un tipo empático, cuidadoso, incluso tierno, acaba dejándose llevar por el machito que lleva dentro e incluso, en una de las escenas más brutales de la película, recurre a la violencia para acceder al cuerpo de la que está sufriendo en sus carnes el dolor de la pérdida. Algo que ni siquiera llega a entender del todo su madre, una estupenda Ellen Burstyn, una mujer que arrastra un pasado de heridas profundas, y que pretende agarrarse a la justicia como manera de deshacer el nudo. Y es aquí donde la película también nos acaba mostrando hasta qué punto la ética de la justicia, masculina y masculinizada, es incapaz de dar respuesta a muchas de las vivencias de las mujeres. “Se trata de mi cuerpo”, dice la protagonista, interpelando a su madre, a su pareja, a su familia. Es su cuerpo, es su alma, es su cabeza, es su vagina, es su vientre, el lugar solo habitado por ella y que ha quedado malherido tal vez para siempre.
Fragmentos de una mujer, que es una película durísima, y que te martillea en el recuerdo varios días después de haberla visto, nos muestra en primer plano lo que durante mucho tiempo ni siquiera estuvo en las notas a pie de página, incluido todo el debate abierto sobre las condiciones en que debe producirse un parto. Eso que, por supuesto, los hombres no hemos tenido el más mínimo interés en mirar – si nosotros pariéramos, las cosas serías muy distintas – y que las mujeres, al contemplarse como en un espejo, entenderán mucho mejor que nosotros. Algo que una de las escenas finales de la película nos muestra con emocionante hermosura al mostrarnos el triángulo formado por la madre, la hija y la hermana. Y unas manos que se unen, las de dos mujeres de generaciones distintas, unidas por dolores similares, sufridoras de pérdidas que solo ellas, por más que puedan discrepar en cómo gestionarlas, comprenden desde sus cuerpos.