No olvidar a Kate Millett
El 17 de septiembre de 2017 moría en París Kate Millett. Mientras su nombre, y su obra más conocida: Sexual politics, son referentes inexcusables de la teoría feminista, la persona que fue, no alcanzó la estabilidad académica ni emocional. Se ejerce así un borrado del ser humano en función de su obra, que no es más doloroso, que el borrado de su propia obra en base a citas y referencias estándar. Solo somos justos con los autores si los seguimos leyendo, pero a veces, necesitamos de pequeños y sugerentes acercamientos que nos recuerden su valía y nos encaminen hacia sus páginas. Tal es el acierto del libro de Rosalía Romero Pérez: Kate Millet. Género y política, de editorial Sequitur, ofrecernos una síntesis clara y sugerente de su pensamiento, motivarnos a profundizar más en quien fuera no solo filósofa y activista, sino artista, escultora, cineasta.
Millett graduada en la Universidad de Minnesota, amplió sus estudios en la Universidad de Oxford. Tras concluirlos, viaja a Japón donde da clases de inglés y conoce al escultor Fumio Yoshimura, con quien acabará casándose en 1965. De vuelta en Nueva York, forma parte del comité de la National Organization of Women (NOW), fundada por Betty Friedan, que por su talante liberal acaba por mostrársele insuficiente. Esto le hace acercarse a finales de los sesenta al New York Radical Women, junto a Shulamith Firestone. La publicación del mencionado Sexual Politics en 1969 la convertirá en una de las representates más reconocidas del “feminismo radical”, corriente esta que, tras décadas de amortiguamiento, parece ahora fuertemente resurgir con las jóvenes RadFem.
Rosalía Romero va a desentrañarnos las claves de este obra fundadora, y para ello la inscribe dentro de la genealogía feminista de la que emana: Poulain de la Barre, Mary Wollstonecraft, Harriet Taylor y John Stuart Mill, y, sobre todo, Simone de Beauvoir, con lo cual nos ofrece un marco enriquecedor. Para la autora “Kate Millet es una hija de Beauvoir con toda las pruebas de legitimidad superadas” (p.19).
Tras esta introducción Romero nos conducirá hacia el análisis de las reacciones patriarcales a los avances del Sufragismo. Millet constata cómo el periodo sufragista, que marca la primera ola feminista, fue contestado en las décadas siguientes por movimientos reactivos, pues las reivindicaciones del voto y la emancipación no se acompañaron de un análisis de los valores, actitudes y emociones que fundamentaban la opresión femenina. Es necesario, para la autora, ir a las raíz de ello si queremos modificar las cosas. Tanto el nazismo, como el comunismo soviético a partir de Stalin constituyeron reacciones patriarcales que recluyeron a las mujeres en las “naturales” tareas de la reproducción y el cuidado. También analiza Romero la crítica de Millet a Freud y el psicoanálisis, que a la postre convierte, para las mujeres, la anatomía en un destino, desde un patrón del psiquismo y de la sexualidad netamente androcéntrico.
El depurado bisturí de Millet nos enseña lo que posteriormente se desarrollará como crítica literaria feminista al mostrarnos los rasgos patriarcales subyacentes a las obras de grandes popes de la literatura como lo son Henry Miller, Norman Mailer y D.H. Lawrence, frente a los que opone la obra de Jean Genet.
La gran aportación de Millet fue sin duda conceptualizar la opresión de las mujeres en tanto hecho social y a la vez íntimo. Como afirma Celia Amorós en el prólogo “A las mujeres nos empodera la teoría: saber cuál es el poder que nos oprime, los mecanismos de su eficacia.” (p.7). Y esa conceptualización se basa en dos nociones que van a vertebrarse de una manera sólida: “patriarcado” y “política sexual”. El patriarcado quedará definido como el sistema que se funda en dos principios: “dominio del macho sobre la hembra, y dominio del varón adulto sobre el joven” (p. 45). Esta supremacía, como bien señala Romero, genera un sistema de valores en el que se socializan los sexos, conformando, según las normas del patriarcado, el temperamento o aspecto psicológico, el rol o aspecto sociológico y el estatus o la dimensión política. Con la denominación “política sexual” Millet demuestra que “el sexo es una categoría impregnada de política”. A esta política sexual patriarcal la autora opondrá la democracia radical, que pasa por la abolición de la familia y la socialización de los cuidados.
Otra de las aportaciones del libro de Rosalía Romero es detallar un aspecto menos conocido de la obra y la vida de Millet, su posicionamiento con respecto a la revolución iraní, que relató en su libro Going to Iran. Millet fue invitada a Teherán en 1979 para participar en el 8 de marzo, día en que se convocó una manifestación para protestar contra la política de Jomeini. La activista fue detenida y deportada. Frente a las simpatías con las que el mundo intelectual saludó la revolución islámica liderada por Jomeini – recordemos el caso de Michel Foucault- Millet tuvo la lucidez de ver el retroceso que representaba para las mujeres: derogación de la Ley de la Familia, imposición de la Sharia, obligación de llevar el velo…, y revocación de todos los avances feministas conseguidos en el país.
Ahora que el feminismo radical, aquel que quiere luchar “de raíz” contra las opresiones que sufren las mujeres, vuelve a resurgir, bueno será releer a quienes hace medio siglo lo abanderaron, a fin de revisarlo, de saber sobre qué afirmaciones ha pasado el tiempo y cuáles otras son todavía pertinentes y actuales. Y para hacer boca, libros como este de Rosalía Romero, resultan altamente recomendables.