«Enumeración», de Carmen Busmayor, en las vitrinas de la vida…
TÍTULO: Enumeración
AUTORA: Carmen Busmayor
EDITORIAL: Eolas
ILUSTRACIONES: Juan Carlos Mestre
“LO VERDADERO ES UN BOSQUE MÁGICO DE ACEBOS, HAYAS, ANIMALES LIBRES Y AGUA HACE TIEMPO/ Aquí donde la monarquía dulce de los arándanos/ se adueña de mi lengua”.
Leo estos versos, son una mirada sobre la superficie del mundo, esa que guarda, con sumo cuidado, las razones seminales de la existencia. Lo ha escrito Carmen Busmayor, sus palabras aman “el perfume húmedo del musgo”. Conozco a la poeta y conozco a la mujer poeta. Tengo el privilegio de su amistad desde hace décadas. Cada libro que le nace tiene el temblor de la primera vez: “Un ángel de sed supura entre las dunas. / Mi corazón suplica un ángel de lluvia”.
Enumeración es la esquina y el balcón donde la actualidad, efímera en su impositiva persistencia, inevitable, hiriente o bella, se transmuta en una “lección de mansedumbre”, “un tulipán y una rosa arrodillados”, en un “canto que nadie ha escuchado”, en “consideraciones en un día otoñal”, pues “la celebración no es una flauta divina”, sino “un ungüento que vuela en las esquinas / tangibles / de las alas de un pardal”.
Carmen Busmayor es viajera vocacional. No hay intenciones o planes, sino la certeza del poema que la lleva hasta la noche metafórica, porque la noche “es un modo de hallar la luz de lo perdido”, donde se construye la justicia para millones de rostros e historias grandiosas y leves que habitan sin fulgores la tierra: “Amo las estrellas distantes de la superstición./ En las mujeres que lavan la ropa con Lagarto próxima / a los juncales no conviene la superstición. Nada. / Son las mujeres con baldes de zinc / que en la llaga abrasadora del estío se hallan tatuadas / con el sello de la penuria”, como escribe en ese “monólogo de una mujer artrósica y democrática”.
La poética de Carmen Busmayor es peregrina y nómada, “con métrica de lluvia, pájaros y cerezas”. La crítica canónica diría “ecléctica”, yo la sé libre: “Vengo de mí como quien abandona el sueño y halla una /puerta abierta. /La vida en azul celeste se nombra/ Solentiname. La destrucción. Pienso en la destrucción. / La destrucción ha bajado hasta el rostro de los hombres/ con un ritmo militar. Sin embargo la violencia en / toda su extensa red ha sido reducida. Indago. Me / alcanza el mar, el mar en que me envuelvo y detrás de lo / postrero con su rosa láctea. Principio y cúspide. El mar. / Solentiname. Mucho que ver con tus manos de piel de / níscalo. Alguien ha escrito una flor en el agua. Atrae. / Leo mi vida. /
Vengo de mí. Crece abundante la belleza y su perfume. / Escala imposibles”.
Conversadora silente de los paisajes interiores que aprendió de sus ancestros bercianos, de su madre -a quien escribiera aquella inolvidable y emocionante Epístola a Carmen-, lazo que Busmayor lleva prendido en la solapa de la memoria extendida en la lejanía inevitable de la edad y sus distancias, en los acontecimientos fundacionales que legamos a quienes llegan a nuestra vida paladeando asombros “en vuelo”: “La elegancia serena de los castaños / visitados por la lluvia. / Pisados con regocijo charcos y más charcos. / Mi madre, hincada, fregando suelos, fregando el universo, / avanza en la escasez”.
Una suerte de valiosa partitura, notas musicales en las yemas de los dedos del alma, testimonio de instantes que llegarán: “No sé, pero en la tristeza también anida la luz. / Lo mismo que en los mendigos sin estrellas”.
Para no perderse, para no olvidarse, imágenes de la grandeza que ignoramos: “Es verano. Corre el año setenta/ con su mano valiente, poderosa, en travesía./ Pendiente de analizar la libertad de culto/ en los presidios y la maravillosa corporeidad/ de los chicos funambulistas”.
Enumeración, editado con la elegancia que caracteriza a la leonesa editorial Eolas, acompaña los poemas de Busmayor con las imágenes inconfundibles del Premio Nacional de Poesía y artista visual Juan Carlos Mestre. Enumeración no le tiene miedo a la verdad, ni al populismo que siempre es totalitario; se rebela con palabras poderosas que desvelan tanta infamia aceptada: “El contemplativo que habla en mí conoce / a quien conspira contra esta dulce humildad. / El conspirador es un embaucador/ que transita torticeramente con mucho más que la voz a solas./ Lo digo piel adentro./ El contemplativo que habla en mí afirma”.