Transformación, de Paloma Pedrero
TÍTULO: Transformación
AUTORÍA Y DIRECCIÓN: Paloma Pedrero
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Verónica Mey
REPARTO: Alan Castillo, Zack Gómez, Álex Sillera, Enriqueta Carballeira, Flora López, Julio Alonso, Tatiana Carel, Silvia Criado
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Alessio Meloni
AYUDANTES DE ESCENOGRAFÍA: Juanjo González y Elliot Kane Cubells
ILUMINACIÓN: Juan Gómez-Cornejo
AYUDANTE DE ILUMINACIÓN: Irene Cantero
ESPACIO SONORO: Pablo Moral Luengo
VIDEOS: Dani Sousa
FOTOS: marcosGpunto
LUGAR: CDN, Teatro María Guerrero (Sala de la Princesa)
Como en el memorable instante shakespeariano, pero deteniéndole el paso a la tragedia, la abuela propone que los tres jóvenes y ella se sienten en el suelo para hablar “mucho y bajito” porque hay deseos e ideas que ordenar.
Un pensamiento no es lo mismo que un sentimiento, así que hay que distinguir lo que unos y otros son y lo que unos y otros traen. Busquemos espacios de lo común donde quepamos todos con sosiego, así que venzamos primero al miedo reactivo propio para que se venza el miedo que a los demás provoca nuestra diferencia. Las razones del malestar y el dolor personales, la insatisfacción que los alimentan, no han de achacarse solo a la intolerancia social. Aunque tampoco han de ser carga íntima y solitaria, capaz de frenar todo amago de autoestima, que acabe impidiendo ser feliz y aboque a la destrucción. Con claridad: aquí no hay culpas, así que no hay nada que perdonar ni que exigir. Ese no es el camino ni el tono.
Se trata de rebeldía juvenil, ejemplos del conflicto del descubrimiento del cuerpo que ha empezado a mandarnos, del amor, del enfrentamiento generacional. Jóvenes amigos hablando confiados con la abuela de uno de ellos de la necesidad de que comprendas también a tus padres, mi querido nieto, de que te pongas en su lugar. Sí, todo esto requiere, generación tras generación, hablar mucho y bajito, es la historia de los seres humanos, la confusión de crecer, de tener que construir el puente que nos lleve de la niñez dependiente a la libertad, la experiencia iniciática de la sorpresa del placer. Y es verdad, se está hablando de todo esto, la abuela quiere que sepan que están hablando de eso, que hay que conseguir que no se sientan especiales incluso en la condición especial de estar haciendo el tránsito de mujer a hombre. Normalizar es compartir un lenguaje, quitarle los restos de desprecio que una historia atávica acarrea, pero también que la etiqueta sea mera descripción y no una carga que condicione y se imponga frente a la multiplicidad de las experiencias de la vida. Enlazo este momento con historias de los chicos: uno quiere que le desaparezcan los pechos pero no quiere hormonarse, otro toma hormonas pero no quiere que le desaparezcan los pechos, uno se emociona al recordar a su madre temerosa de que les quemaran la casa en el pueblo porque su hija era un “marimacho”. El que se enamora de una chica y tiene que explicarle a la chica en una escena llena de frescura. Y el que es sometido a terapia aversiva intentando que se cure de su perversión. El padre echando de menos a su niña a la que quería proteger sin darse cuenta de que, a veces, está bien decirlo y si hay que llorar se llora; será que “los hombres siempre llegan después”. La expresión de alegría de ese hijo tras la operación. El que habla con su novia y se da cuenta de que, como ella le dice, se está comportando como un “controlador machirulo” y eso no tiene nada que ver con las hormonas, sino con la condición de poder que se atribuye a lo masculino. La magia de la vida, la solemnidad de la vida, nuestra niña difícil, nuestra niña insegura, situarse frente a un abismo. Identidad, pero es que en general la vida es más compleja de lo que queremos. Por eso hay que sentarse en el suelo simbólico, tomar tierra, y hablar mucho y sin imponer una voz sobre las otras.
Paloma Pedrero, autora y directora de Transformación, vuelve a crear desde el compromiso y convencimiento que la llevaron a fundar, hace ya más de una década, la ONG “Caídos del cielo”. Antes de escribir sus textos, plantea un taller abierto para profesionales de la escena y personas ajenas a la misma pero que son cruciales porque poseen la experiencia protagónica del tema que va a abordarse. Ha conseguido que su pedagogía teatral llegue a reconocerse en el equilibrio de poner el cuerpo a pensar para que las ideas sean orgánicas, aportando técnica y oficio con tal profundidad y maestría que lo olvidamos. La escenografía, la iluminación, la música, discretas, un elemento más en el todo donde nada desentona. Como cada palabra, como cada gesto que acabará, después de esos meses de escuchar y trabajar en común, en un texto teatral representado en un teatro. Transformación: tres jóvenes con los conflictos propios de la juventud, con la vitalidad que la juventud exige, con la valentía y la prisa que la juventud reclama. Tres jóvenes procedentes de tradiciones sociales y entornos distintos que podrían haberse encontrado en cualquier lugar, en cualquier momento de este mundo nuestro de viajes y redes que pueden acercar, pero también atarnos. Los conocemos: están en nuestras clases, son hijos de amigos, nos los cruzamos en la calle, compartimos el metro con ellos. Jóvenes descubriéndose. Representan porque la historia de Transformación está tejida de testimonios múltiples, de hilos distintos unidos en el mismo objetivo. Recorridos vitales de libertad y de silencio, de insatisfacción, duda y rebeldía que los llevan, en un momento de sus jóvenes biografías, a tomar decisiones muy duras de tomar por las consecuencias personales y sociales que acarrean. Jóvenes que serán adultos y querrán, como quieren ya ahora, no estar condicionados para siempre por ellas, ni que el resto de su vida esté detenida en ese único acontecimiento. Paloma Pedrero y Verónica Mey, como ayudante de dirección, demuestran que el teatro es ese mirar de frente y con conciencia lo que hay detrás del telón simbólico de cada época, de cada sociedad. Y compartirlo. Y pensarlo en común. Hay que sentarse en el suelo y hablar mucho y bajito.