Todas hieren y una mata
Es no solo valiente sino apabullante, el sonido poético de los versos que Álvaro Tato ha compuesto para “Todas hieren y una mata”. Increíbles su ritmo y su musicalidad, a la manera de Lope de Vega o de Calderón de la Barca.
Sobre una puesta en escena tan sencilla como elegante, con solo doce candilejas a modo de reloj, los duelos y enredos del teatro barroco del siglo XVII conviven con mujeres del XXI que prefieren leer a bordar, que prefieren quedarse en sí mismas a correr detrás de cualquier hombre que las pida en matrimonio.
Qué preciosas palabras para hablar de un jardín convertido en biblioteca, donde los libros son enterrados en secreto entre las raíces de los almendros. Qué hermosos los versos que buscan sinónimos para un siglo de Oro que no es de Oro sino de barro, de polvo, de paja arrastrada por el viento o del humo de los cientos de quemados en hogueras. Qué placer escuchar la palabra “retablillo” para definir a un teléfono móvil o sentir todas esas miradas desorientadas de la mujer que busca un lugar al que escapar para ser libre o del criado que sueña con su patio y con su bota de vino para estar tranquilo.
Con viajes constantes a través del pasado y del presente, esta obra escarba en lo bueno y en lo malo de dos tiempos muy distantes. Sin embargo, a ratos parece que el reloj de los siglos se plegara y llegara a tocarse. Como si la Historia no fuera más que un juego de contradicciones. Y este efecto se consiguiera no tanto por la trama como por la palabra. Trasladarse al siglo XVII y desde allí atisbar lo que puede estar ocurriendo ahora. O aquí y ahora horrorizarse por lo de entonces, y no del todo, porque también allí hubo ese patio y esa bota de vino que un hombre añora. Y con razón.
Criados, galanes y corregidores son los personajes de esta obra. Prototipos todos ellos, pero no incapaces de hacernos reflexionar. Pensar en si hemos evolucionado en libertad y gracias a eso podemos ser profesoras de literatura, pero también ido hacia atrás a través del aislamiento y de la prisa.
Muy destacable la dirección y el trabajo de los cinco actores, que se convierten en muchos más haciendo varios papeles. Pero por encima de todo el trabajo de Diego Morales, por cuyas venas parece latir el teatro, el de hoy y el de siempre.
Elena Belmonte