En recuerdo de Sue Grafton y su «The Kinsey Millhone Alphabet Series»
No había sido un día muy satisfactorio, aunque por entonces todos los días me resultaban idénticos: rastrear, comprobar, cotejar, rellenar espacios en blanco; una acumulación de detalles en definitiva que para el trabajo es imprescindible y esencial, pero que carecía de la más mínima emoción. Las cualidades básicas de cualquier investigador(a) son naturaleza perseverante y paciencia infinita. La sociedad sin darse cuenta, ha preparado a las mujeres para este cometido durante años.
Así de femenina caracteriza Sue Grafton la labor detectivesca.
Esta vez y en homenaje a una autora recientemente fallecida, me permito la licencia de abordar no un solo libro sino toda una serie, la extraordinaria «The Kinsey Millhone Alphabet Series».
En efecto, Sue Grafton —Louisville (Kentucky), 1940—, escritora que trabajó también como periodista, actriz y guionista, y como adaptadora para el cine y la televisión, murió el pasado 28 de diciembre (una macabra inocentada).
Su ‘Alfabeto del Crimen’ es una colección de libros escrita entre 1982 («A» Is for Alibi) y 2017 («Y» Is for Yesterday). Publicada a un ritmo de aproximadamente una novela por año, cada volumen corresponde a una letra del abecedario. Tusquets ha traducido veintitrés de ellas.
La serie nació cuando una Sue Grafton furiosa con un marido de quien se estaba separando decidió que era bastante más práctico y gratificante y mucho menos peligroso matarlo en la ficción que en la realidad (A de adulterio, traducida en 1990).
La detectiva Kinsey Millhone, que ejerce en una inventada Santa Teresa, a unos ciento cincuenta kilómetros de Los Ángeles, escenario de algunas de las más clásicas novelas negras, articula el abecedario.
Millhone hace deporte —esto no le impide beber alcohol— manteniendo una entretenida relación de amor-odio con el footing; se cuida más o menos; sabe utilizar —aunque no le gusta— armas de fuego y es experta en defensa personal. Defiende con uñas y dientes su libertad, es divorciada, vive sola y no quiere complicarse la vida con ningún hombre y menos con uno relacionado con las fuerzas del orden.
A través de cada novela vemos como va adquiriendo años, experiencia y juicio. Sabemos de la tía que la educó; de Henry Pitts, el octogenario propietario que le alquila la casa; de los peculiares humor y cocina de la húngara Rosie, la propietaria del bar donde suele ir, así como del personal ligado a su trabajo y vida.
Y si al principio vemos las razones por las que Grafton/Millhone piensa que trabajar de detectiva es un oficio apto para mujeres (¿quién se hubiera atrevido a decirlo antes de P.D. James, no hace muchos años?), también se puede comprobar cómo da la vuelta al trabajo doméstico. Modelos no le faltan: Maria-Mercè Marçal cantó su épica y ética en un hermoso poema.
No había ningún mensaje en el contestador automático. Para calmar los nervios me puse a ordenar la sala de estar y limpiar el cuarto de baño de la planta baja. Asear la casa es terapéutico; actividades como quitar el polvo y pasar la aspiradora, fregar los platos y cambiar las sábanas despejan el cerebro. A mí se me han ocurrido muchas ideas profundas con el estropajo en la mano y los ojos fijos en los remolinos de la espuma del fregadero.
Pueden dejarse hipnotizar mirando como se va colando el agua por el desagüe del fregadero, pero mejor se dejan abducir por la buena compañía de cualquiera de los libros de Grafton.
Eulàlia Lledó Cunill
‘Alfabeto del Crimen’ de Sue Grafton (publicado por Tusquets)