Marifé Santiago Bolaños: “La creación artística convierte en eterno algo que es efímero”
Publicada originalmente en Colofón Revista Literaria el 18/10/17.
En el talante artístico de Marifé Santiago Bolaños subyace su convicción de que ser poeta no se limita a la capacidad de juntar versos, sino que implica la construcción de un lugar intermedio entre las experiencias visible e invisible. Uno donde la polispuede ensayar futuribles. La escritora nacida en Madrid en 1962 rechaza la interpretación tradicional de la idea de Platón en La República sobre los poetas, a quienes censura y pretende desterrar de la ciudad. Le parece superficial la lectura según la cual el filósofo griego objetaba su disidencia. Dice que la poesía —y el arte en general— debe estar fuera de la ciudad, porque sirve de defensa contra la frustración y el fracaso. “No hay nada más político que la creación artística, porque al ser la capacidad humana de entrar al territorio de los sueños, genera discursos para la polis. La grandeza de la creación artística es que te hace pensar en territorios que no tienen tiempo ni geografía”, explica quien fuera asesora de Cultura y Educación del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y que ahora es profesora de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Rey Juan Carlos.
Santiago Bolaños descubrió temprano su vocación para la creación literaria, pero no le bastaba con saberse a merced la inspiración, quería comprender por qué esa inclinación era más fuerte que todo lo demás y, en lugar de estudiar Filología, como hacen quienes se interesan por la literatura, ella prefirió tomar el sendero de la Filosofía, especializándose en la Estética, que le permitía preguntarse el por qué de la producción artística. Se interesó específicamente por el género dramático, “el proceso creativo que tiene lugar en un espacio que primero fue un templo y luego se convirtió en un escenario”, explica la autora: “El teatro representa la capacidad humana de crear el mundo constantemente”.
Como forma de arte total en donde se juntan la palabra escrita con la declamada, así como la plástica y la música con la danza, su estudio académico del teatro quizá fuera decisivo para establecer la poética de su obra donde concurren todos los géneros: “Hace ya mucho tiempo que está abolida la exigencia de que cada forma artística tenga una manifestación determinada. Cuando estamos en el territorio de la belleza, descubrimos que allí hay un ritmo, una respiración y una vida; eso demuestra que estamos en el lugar de la música y de la danza. Pero también hay imágenes que se van creando de la nada y eso claramente es la plástica. El decir que recorre todos esos procesos es la escritura. Y la escritura poética en concreto. La creación es múltiple y es nuestra finitud de seres humanos la que nos obliga a cortarla en pedacitos, cada uno de los cuales es un universo que nos desborda; la creación artística convierte en eterno algo que es efímero”.
A pesar de su formación académica no es teatro el género donde más ha publicado. A excepción de Cuadernos de la niña escondida, el resto de su obra es narrativa o poesía, aunque los personajes de una y otra se intercambian con frecuencia. Algunas de sus novelas son El tiempo de las lluvias, Un ángel muerto sobre la hierba, El jardín de las favoritas olvidadas y La canción de Ruth. Sus libros de poemas incluyen Tres cuadernos de bitácora; El día, los días; La orilla de las mujeres fértiles y El país de los pequeños placeres. “Es la propia palabra la que quiere nacer como poema o como narración, no hay pretensión ni necesidad consciente”, explica sobre su proceso artístico. Lo demás es el habitar aquel lugar intermedio entre las experiencias visible e invisible: “La máxima experiencia creativa es aquella en que tu yo se funde en el universo absoluto. Ocurre cuando lees algo que has escrito y no te reconoces allí. Esta experiencia es la única que hace que crear se convierta en una manera de estar en este mundo, y no solo en una profesión”.
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