Lo imposible
Fuimos niños, seremos viejos, sufriremos enfermedades. Con suerte, habrá en la familia personas generosas dispuestas a cuidarnos. Todas ellas tendrán que pagar un precio: dejar el trabajo, reducir horarios, descalabros salariales, sueños enterrados, reproches del jefe, ansiedad, correr tensas y ojerosas de un sitio a otro. La sociedad entera descansa sobre esos esfuerzos no remunerados, pero a la vez condena a quien pretende conciliar profesión y cuidados.
Cuenta la mitología griega que Antígona acompañó en el exilio a su padre, el atormentado Edipo, asistiéndole en su ceguera y su vejez. Al regresar a su hogar tiempo después, encontró a sus dos hermanos en guerra por el trono paterno, uno sitiando la ciudad de Tebas con un ejército y otro defendiéndola. Los dos cayeron en combate el mismo día. El nuevo rey decidió honrar con un gran funeral a los leales a la ciudad, pero prohibió enterrar a los atacantes, ordenando que los perros devorasen los cuerpos de los enemigos de la patria. Pero Antígona reclamó su derecho a dar sepultura también a su amado hermano rebelde. Desobedeciendo al rey, enterró a escondidas el cadáver prohibido. Las autoridades descubrieron su desafío y la encarcelaron. Fue condenada por cuidar de los suyos. La historia se repite una y otra vez: los cuidados son un imposible deber de amor, que nos castigan por cumplir.