Las madres que nos parieron
Publicado por Jot Down
Mi abuela nació con un cuerpo diminuto y un nombre larguísimo: María de la Concepción Perpetuo Socorro Luisa Josefa Wenceslava Gosálvez y Otero. Pesó kilo y medio. Descubrí ambas cosas cuando ella ya había muerto.
Para mí era Concha y siempre fue gorda. Una mujer sonriente y parlanchina que comía colocándose un pañuelito en el pecho con un alfiler de perla. Le tuve cariño, pero apenas la veía dos veces al año. Los Gosálvez somos así, despegados, dice mi padre.
Cuando ingresó en una residencia poco antes de morir en 2012, se empeñó en que cada nieto recibiese algo de la casa que estaba desmontando. ¿Seguro que no quieres una lámpara? ¿Un costurero? ¿Una enciclopedia? Pasé semanas repitiendo que no. «No quiero trastos», dije, para ser sinceros. Y entonces mi abuela, a la que nunca le conté mi vida ni le pregunté mucho por la suya, pensó en algo solo para mí. Algo especial para la despegada nieta número nueve. «A ella le gusta contar historias, ¿no? Pues dile que aquí tiene una». Y le entregó a mi padre el cuadernito negro.
Os animamos a leer el relato completo aquí