La manta de Buero
Reivindicar por ausencias: Historia de una escalera
Se preguntaba Buero Vallejo la causa de que un compañero del campo de concentración compartiera su manta con él. Hombre tímido, sensible y solidario, que criticó la brutalidad y la guerra en todas sus obras, los años de contienda, de cárcel y derrota le habían robado algo más que tiempo. Su agradecimiento a Juan Barrios era eterno, porque teniendo poco, apenas nada, una manta, le hizo partícipe de lo más preciado: dignidad de ser en plena lucha. Pareciera que no se puede elegir en los momentos difíciles, y, sin embargo, son esos instantes los que te enseñan la envergadura moral de lo que es correcto. Contaba Buero que el egoísmo y la lucha por la supervivencia en la contienda y el campo de concentración hacía que cada uno mirara para si: “el suministro era muy escaso, por las noches hacía frío y yo no tenía nada. El que tenía una manta se envolvía y el que no…”
Juan Barrios le ofreció su manta a un hombre aterido de frío y Buero no lo olvidó porque le debía la vida. “Yo sé cuánto vale un hombre cuando, en plena necesidad, no comparte ni un mendrugo de pan”.
La obra de teatro “Historia de una escalera” llega a los bachilleres y nos preguntamos si un dramaturgo como Buero ampliaba su solidaridad al género femenino. Parte de la crítica y del profesorado piensa que Buero quiere enseñar el papel de la mujer en aquellos años de posguerra y necesidad: una mujer cuyos sueños consisten en casarse y procrear, o en huir de las injusticias. Grandes diferencias entre ellas y “la vieja pagana”, o “la hija de la Dolores”, que no quiere casarse, y pueblan Yerma de Lorca.
Frases de la vieja pagana que me parecen vitales: “¿Dios? (…) a mi nunca me ha gustado dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta las mujeres que son los hombres los que tienen que ampararnos?”
¿Qué decir del personaje de Olimpia de Gouges construido para el teatro por Margarita Borja, tan complejo y lleno de inquietudes intelectuales? Igualdad moral y logos que no están en la mayoría de las mujeres cuando somos personajes de la literatura. Y que acaban construyendo un discurso de la normalidad falso. El paternalismo con que son dibujadas cuando la injusticia les llega es lopesco en muchos casos y redunda en lo más físico de la honra. Decimos que hay feminismo en estos autores por diferenciarlos del resto. Pero la manta ni nos calienta ni nos llega.
Las mujeres de la obra tejen una red de cuidados en el ámbito de lo privado, sirven de móvil a los dos ejes masculinos: Urbano y Fernando. El primero sindicalista creyente en el cambio, el segundo un ser individualista con alma de poeta. ¿Y ellas? Deberían destacar Elvira y Carmina, pero son meras acompañantes de la acción masculina. ¿Cuáles son los sueños de estas mujeres? En esta obra las grandes ideas son del varón, transcurren de puertas para afuera en su mayor parte, son dos hombres arreglando el mundo. Estas mujeres salen a la escalera a pagar la luz, ir a la compra, enterrar a sus maridos o comentar con la vecina la vida de las otras. La obra narra las necesidades económicas y sentimentales de todo un bloque. Pero las mujeres precarias de estas familias, en su mayor parte muy necesitadas, no trabajan en la calle. Las cigarreras y sus famosos motines, las costureras, panaderas, pescaderas, que inundaban las ciudades y las fábricas tenían una doble obligación: el trabajo doméstico y el laboral. Pero ninguna mujer de la obra se dedica a otra cosa que a cuidar de la casa, la comida, y del varón. Mi madre comenzó a trabajar con ocho años, nació en 1940 y cuidaba de un bebé de la burguesía con la edad que ahora tiene mi hijo. Años más tarde, antes de entrar a la fábrica y emigrar, ya llevaba costura a casa para aportar dinero, porque, como siempre recuerda, el hambre duele. Se reencontraría con la literatura y el teatro en Suiza.
Los personajes femeninos de esta obra son insustanciales porque no tienen profundidad. Pero cuando los personajes femeninos tienen mayor complejidad en Buero, como Ana (Aventura en lo gris), o Adriana (el concierto de San Ovidio), tampoco son complejos intelectualmente, su mayor calado está en que siendo más básicas que el hombre, arraigadas en la dureza de la realidad, se saben necesitadas de justicia y la exigen o se rebelan como pueden. La mayor reivindicación del teatro buerista feminista es contra la violación, y como dice la estudiosa Magda Ruggeri Marchetti (Aspectos feministas del teatro de Buero, AEPE, 1986 ): “el estupro es una constante en el teatro bueriano (…) Buero denuncia esta terrible lacra no sólo en nuestros tiempos, sino también en los dramas históricos. En El sueño de la razón y en Un soñador para un pueblo los desórdenes se ceban en las mujeres porque tanto Leocadia como Fernandita son violadas; en La doble historia del doctor Valmy, un policía maniático desahoga su brutalidad sobre la mujer de un detenido; en Caimán, un grupo de muchachos viola a Charito, y en Aventura en lo gris, Isabel lleva en brazos al hijo de un «soldado invasor» y muere víctima del dictador, que quiere abusar de ella. La mujer es, en este contexto, el símbolo de la debilidad física y de la inocencia por ser ajena a la máquina bélica, cuyo protagonista es el hombre.”
Pero no dejan jamás de ser mujeres apegadas a los sueños masculinos, víctimas de su falta de miras, inferiores intelectuales sujetas al héroe de las gestas y de lo épico. Lo que Marchetti llama reivindicación feminista para otras feministas es paternalismo de izquierdas. Como le dijo Miyares a Valcárcel, medio entre risas, frente a todo el público de la Victoria Acuña, estamos en la cuarta ola.
Recordemos que esta obra se inicia con Doña Asunción sin poder pagar la luz. Depende de su hijo para todo y solo la ayuda interesada de una pretendiente de su guapísimo hijo la salvará. Sin embargo, Elvira es el personaje que, aún teniendo posibles económicos, no aporta nada, sólo es el móvil necesario para que la trama se ejecute. Es interesada, manipuladora y mimada según las palabras del propio Fernando o Elvira. Su padre Don Manuel es económicamente fuerte, pero Elvira solo tiene el sueño de casarse con quien ella ha elegido. Este personaje no dudará en utilizar su suerte económica e intentar comprar el cariño del chico más guapo del bloque de vecinos: Fernando.
Paca, Generosa, doña Asunción viven de puertas para adentro, se ocupan de lo inmediato: alimento, luz, honra… Llegar a fin de mes es el sueño de la inmediatez en una España que llevaba diez años muriendo de hambre. Como dice la catedrática de Historia contemporánea Lucia Prieto “Franco se aseguraba que los españoles no se sublevaran, pues cuando alguien deja de comer no le preocupa otra cosa, ni puede alejar su mente de dicha idea”.
Estas mujeres resignadas, trabajadoras, cuidadoras, procuradoras del sustento, tienen claro que la finalidad de sus existencias es la de “sufrir por los hijos”.
La maternidad no ha sido nunca la explicación del alma de la mujer para la mujer, pero sí del alma de la mujer buena para la perspectiva del varón. El cual nos descifra según le fue el cuento con nuestro género.
Allá donde iluminemos veremos mujeres con metas intelectuales que no se conformaron con el saber más mundano. Pero son los personajes masculinos los que leen en nuestra literatura pasada, a pesar de que en Las desventuras del joven Werther Lotte era una lectora incansable, como la verdadera Charlote Buff de la biografía de Goethe.
La querella de las mujeres ha hermanado un siglo con otro sin que consiguiéramos acercarnos a una gran parte del centro-izquierda español. Carmen de Burgos, Pardo Bazán, Blasco Ibáñez, María de Maeztu y el Liceo Club ponían el dedo en la llaga: educación igual para todos, sin segregación y sin diferenciación de calidad de materias.
Muchas mujeres pasan por situaciones tan difíciles como el propio autor de la obra. Rosario Sánchez Mora (“la dinamitera”), Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina Odena eran milicianas. Mujeres fuertes por escribir. Algunas sobrevivieron, otras murieron en la cárcel viendo cómo sus hijos eran robados por las monjas que los daban en adopción a parejas del régimen. Necesitamos intrahistoria.
La mujer miliciana surge porque durante el golpe de estado la república no tiene fuerza suficiente, y se abortó repartiendo armas a las mujeres, pero los mandos no las querían. No somos pares. Otras, como Mercedes Formica, abogada formada en la residencia de estudiantes, acaban en Falange, a pesar de todo, esta jurista solicitó la reforma del código civil y lo modificó en 1958.
¿Acaso enseñar nuestra simplicidad intelectual y hacernos ver como seres mundanos no es el peor discurso del patriarcado? ¿Cuándo los sueños de progreso incluirán al sector femenino? El cual, dicho sea de paso, también tiene dichos sueños.
Personajes femeninos planos, o simplistas, o unívocos, que Buero nos va dibujando sin esfuerzo, centrado en los masculinos. Algo que ya fue contestado por Emilia Pardo Bazán en 1892 en su ponencia para el consejo pedagógico, y obtiene las mismas conclusiones: Las mujeres no tienen un destino propio y por lo tanto no tienen derecho a la felicidad.
Las ideas del patriarcado sobrevuelan desde antaño. Algunos roles de la mujer en esta obra de Buero son arquetipos tradicionales negativos, así la mujer sexualizada es malvada. Elvira es buena para Fernando porque no se deja besar.
En el minuto 14 de la entrevista Buero en RTVE le habla al periodista de sus padres: su madre vivió la maternidad prontamente, y en cuanto tuvo hijos no hizo otra cosa que “sacrificarse de por vida a ellos”, por lo que le estaba profundamente agradecido, aunque era menos racional que su padre y solucionaba las cosas con coscorrones indoloros, mientras que su padre tenía la capacidad del análisis racional y sensible.
Algo hiere profundamente al Feminismo aún, y es que a la hora de “jugar en el patio”, en el mundo, los espacios nos lo roban igual los abusones que los niños buenos.
No es el único escritor de mi aprecio que destila un personaje incompleto o un aborto ideológico. La Lulú de mi admiradísimo Pío Baroja era un personaje digno de alguien que desconocía la naturaleza femenina, que solo necesitaba un personaje “mujer” como argumentario. Demasiadas veces el progresista convierte nuestras razones en apoyaturas para que el personaje masculino crezca.
Cuando nuestros genios han escrito personajes femeninos inconsistentes ninguno ha recibido la menor crítica. Cuando admiramos al autor, es difícil reconocer la poca fuerza de sus mujeres. Las féminas no deben ser perfectas, pero si complejas.
Fernando escenifica claramente a alguien que quiere huir de la realidad grotesca que lo circunda, sin embargo es incapaz de pasar a la acción. Algo que es indigno de dicho personaje es callar a su madre y decirle que se meta para adentro empujándola. Un mandato de silencio más rudo que el que critica Mary Beard con Telémaco. Buero no nos quiere dejar claro si el hecho es injusto. Inmediatamente después del portazo tendrá lugar la charla de hombres entre el Urbano sindicalista y Fernando: Homo inter pares (texto tantas veces caído en selectividad) que se da justo después de callar a la madre.
Trini y Carmina no soportan a Elvira y la llaman “lagartona”. Pero las opiniones sobre el mundo de la acción y de la teorética solo pertenece a los hombres de la obra. Dichos hombres discuten. Urbano cree que todos deben avanzar juntos. ¿Pero en esta unidad está la mujer? Sin embargo, cuando Rosa (la hermana de Urbano) aparece por la escalera, este le habla con una falta de respeto total: la mujer libre es una perdida. Paca la madre de ambos sale y la zarandea hasta meterla en la casa, le grita: ¡Golfa! ¡Anda para adentro! Las categorías y tipos de mujeres de la vida real las escriben los hombres y traspasan el papel.
Carmina aparece la lechera y Fernando hace planes de futuro, será capaz de trabajar duro por ella (pesada carga). En ese maravilloso momento de la obra la leche se derrama como guiño al cuento y el telón cae. Los sueños de Carmina se desconocen. Casarse con Fernando es su mayor prioridad según el texto. ¿La conocemos?
Diez años más tarde los descendientes de las parejas del primer acto acaban unidos en un sueño: El de él.
“¡Carmina! Entonces me haré ingeniero. Seré el mejor ingeniero del país y tú serás mi adorada mujercita…” Carmina interviene solamente para asentir y cae el telón definitivo.
Es urgente que la intelectualidad masculina comparta la manta con la mujer en todas las áreas. Es vital que entiendan que la fraternidad traspasa formas y fronteras. De no ser así, la igualdad definitiva no se podrá dar porque los hombres buenos no acaban de dar el paso y continúan sin compartir la manta de Buero.