Josefina Cuesta, en la mejor memoria
Apena aceptar que estas líneas se escriben porque Josefina Cuesta ya no está, que ella hoy forma parte de esa memoria indispensable a la que dedicó su profesionalidad, talento y compromiso democrático. Inevitablemente, la recuerdo esperándonos, en la puerta, en su despacho, en la entrada del salón de actos con su afable elegancia y con esa suerte de urgencia que, en realidad, era un decirnos en silencio que siempre queda mucho por hacer y que el tiempo no puede gastarse en frívolas charlatanerías.
Año tras año, desde sus comienzos, María José Turrión y ella me invitaban a intervenir en las jornadas que bajo el epígrafe “Memoria de Mujer” fueron recogiendo, en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca, la voz soslayada y la imagen perdida de las exiliadas republicanas, de las universitarias, de las maestras, de las milicianas, de las represaliadas, de las creadoras desaparecidas con la premeditación estratégica y violenta alevosía del relato oficial. Josefina Cuesta y su equipo, junto al grupo de investigadoras e investigadores que nos fuimos, cada cual de un modo distinto, sumando a su llamada, sabían, sabemos que solo alumbrando esos rincones de la ocultación será posible construir una memoria democrática compartida con fuerza suficiente como para sostener el mundo en el quepa, sin quiebra, sin enfrentamientos ni odios, la diferencia y el disenso, porque el diálogo verdadero solo se establece en el respeto, esa palabra ancestral entregada a la tarea del mejor crecimiento del espacio de lo común.
La labor a la que Josefina Cuesta entregó su investigación ha ido creando círculos de dignidad protectora. La última vez que nos encontramos fue en Madrid, en el otoño de 2019, durante el Congreso que conmemoraba el 80 aniversario del exilio republicano de las mujeres. Una vez más disfrutamos su rigor, aquella sugerente manera de abordar los temas incorporando sus propias lecturas, la incertidumbre del proceso a través del que iba estableciendo conclusiones, que eran inicio de algo todavía por llegar. Ese estilo implicaba, cómo no, al auditorio, que respondía aceptando ese viaje cívico, intelectual, sintiendo que sus dudas, que su “tengo que pensar más esto”, era el modo de invitarnos a seguir tejiendo espacios de libertad y justicia.
Esta mañana me daba la mala noticia Verónica Sierra, tan triste como Ángeles Egido cuando nos hemos llamado. No podíamos abrazarnos para consolar la pena, así que dejábamos que el abrazo lo fuera con el corazón de la amistad. Josefina nos lega el mejor de los jardines de la memoria, algo de un valor ético extremo. Extenderlo y hacerlo crecer será nuestro modo de darle las gracias por esa generosidad que solo una mujer sabia, una maestra procura.
Es el hilo firme de la sororidad, nunca se quiebra y cobija como los poemas.
(30 de marzo de 2021)