COBALTO OSCURO, DE VERÓNICA ARANDA: PINCELES POÉTICOS PARA ESCRIBIR VERSOS OLVIDADOS
TÍTULO: Cobalto oscuro
AUTORA: Verónica Aranda
EDITORIAL: Cénlit Ediciones (Navarra, 2020)
Verónica Aranda cierra los ojos y deja, sobre la mesa del tiempo, los pinceles poéticos. Nos pide que hagamos lo mismo. Huele al color de los versos olvidados, es un susurro al oído que gotea y se hace forma. Tengo esa seriedad estética que supone feliz inquietud con presentimientos: rompo la regla, abro un poco los ojos. Las palabras han convocado a Sofonisba Angissola, a Lavinia Fontana, a Sarah Grilo, a la inmensa Natalia Goncharova, que tan bien se entiende con Maria Helena Vieira da Silva. Reconozco a Artemisia Gentileschi:
A veces el pincel es una espada./ La pintora se encarna en bíblica heroína/ que salva a un pueblo entero./ […] Finos hilos de sangre ralentizan/ la decapitación. / El general asirio/ es ahora un paisajista, un violador/ que humilla doblemente./
La terrible violencia/ conforma un claroscuro/ donde venga Artemisia a cada víctima/ de manadas brutales./ Su honra se repliega/ en sábanas barrocas.
Escuchando, atentamente, esas imágenes, Clara Peeters y Li Yin (Todo al final del cuadro/ se hace caligrafía,/ delicada nostalgia/ de sauce y pabellón), observan con intensidad a Remedios Varo, a Frida Kahlo y a Lee Krasner. Tal vez no es tan difícil hallar el hilo mediante el cual todas están unidas, esa solidaridad práctica entre mujeres, aunque sean desconocidas e, incluso, opuestas en su manera de estar en el mundo. Ponerse en el lugar de la otra, acto de compasión y compartir sin que sea necesaria la experiencia personal, la autobiografía. O porque podría serlo sin hacer mucho esfuerzo, lo cual hace que el yo sea un nosotras. Actitud responsable, convencimiento de que quedan renglones por escribir y otros por desentrañar, mapas cívicos donde crecerían claros del bosque con capacidad para las diferencias sin competir, sin competir, sin competir. Sin competir.
Entiendo que Rachel Ruysch, y Mary Cassatt (Tiene el salón los signos de un poema/ de Emily Dickinson), observen a esa mujer contemporánea, solitaria de Tracey Emin, que yace entre cinco olivos y su imagen-verso alumbre lo que Es la genealogía coagulada/ de los que mueren jóvenes./ Es la siesta sencilla de un solsticio/ que baja de la copa a las raíces. O que Jenny Saville desvele que Se pueden celebrar cuerpos grotescos,/contemplarlos un tiempo indefinido/ igual que contemplamos las montañas:/ cara sur, frontal, norte… En definitiva, Senos y riachuelos de pintura/ forman ciclos fecundos, en el devenir creador de alguien que, como Lee Krasner, intercambia secretos con Georgia O’Keeffe, con Maruja Mallo, con Meret Oppenheim, Ángeles Santos o Lotte Laserstein. Por ejemplo.
Y entonces ya abro del todo los ojos, aunque sospecho que los párpados siguen cerrados, porque una genealogía de pintoras puebla mi imaginario invitándome a compartirlo. No conozco la obra de muchas, de algunas ni siquiera el nombre. Los versos son borbotones de necesidad y belleza. Se convierte en un compromiso buscarlas. Lo hago. Esta llave de justicias tiene que crecer y multiplicarse pues, como la obra de Isabel Quintanilla a la que Verónica Aranda se acerca, Por encima de todo,/ la voluntad estética./ Por encima de todo,/ la introspección,/ la rosa contra el lino. Esa voluntad de Suzanne Valadon, de Marie Laurencin (La bailarina rusa/ extiende las patas de la cierva) y Tamara de Lempicka (En la velocidad/ se despoja de máscaras).
Cada poema de Verónica Aranda es un viaje al centro de la conciencia y, más allá de la misma, al manantial donde brota el deseo. La atmósfera de su universo, donde la experiencia personal se convierte en sutilísima misiva secreta para que podamos llegar hasta la desconocida que para nosotras mismas somos, destella. Como ocurre en su voz cantando fado, en sus traducciones, en su amor a India o a Portugal, a la pintura y a la música. Poesía que ve, que se palpa y nos escucha. En este Cobalto oscuro, XIV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Pamplona”, cada poema-contemplación, dedicado a la obra de una pintora, cobra vida y nos acoge en la experiencia que solo los versos desvelan, donde El paisaje arrancado/ carece de un afuera;/ el manglar desenfoca/ la entidad de la isla, como escribe de Myrna Báez. Y así, Sonia Delaunay, María Blanchard, Dora Carrington, Paula Rego, que es siempre un temor, danzan enlazadas a la reacción de Mary Hayllar, a Evelyn de Morgan acompañada de ninfas en perpetua metamorfosis floral (La mujer-planta, finalmente, /se protege del sol). Se van acercando a Berthe Morisot (Aunque no pase nada,/ hay palabras que afloran,/ divanes que trascienden la desidia/ y ese tiempo antiheroico,/ el tiempo en tonos perla/ de la desconocida que comulga/ con ojos de gato), y, sin saber cómo hemos llegado hasta allí, pero encantadas de haberlo hecho, ya somos cómplices de Paula Modersohn-Becker (El melón, ya partido,/ vence una castidad tan persistente/ que hay un tenue dulzor/ previo a la fruta). Y de otras más, igualmente imprescindibles.
Este hermoso libro tiene la destreza de la poesía verdadera: su embriaguez siempre es lúcida, desentierra tesoros, y los transmuta en vidas y sus senderos. Por recorrer…