UN LIBRO DE VERSOS: encrucijada de cien caminos (skrzyzowanie stu szlaków), de Marta Eloy-Cichocka (Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía, 2019)
Llega a Segovia la poeta polaca Marta Eloy-Cichocka para disfrutar de la I Beca Residencia Internacional S x S Antonio Machado. Era 2016. Se convoca, para recibirla, a creadores y creadoras de la ciudad, poetas, novelistas, ensayistas, libreros y libreras, a las editoriales, galeristas, a la música, al cine, a la pintura y el teatro y la danza, a la gestión de la cultura, a las bibliotecas, a la crítica cultural, a lo público y a lo privado de ese sector infinito y vulnerable como pocos lo son en ambos planos: el de la grandeza y el de fragilidad. Con una ceremonia del té, se recibía a quien un mes en Segovia (S) y otro en Soria (S), las dos ciudades machadianas de Castilla, tenía la encomienda de desarrollar el proyecto ganador de esa primera edición que quería celebrar, anticipándolo, lo que en 2019 sería el centenario de la llegada de Antonio Machado a Segovia, y los 80 años de su exilio y fallecimiento. El proyecto reunía la doble condición de la creadora Marta Eloy-Cichocka, la de ser poeta y fotógrafa que “habla” en ambas lenguas. Traductora de Calderón o de Olvido García-Valdés, de Juan Gelman o de Racine, su versión del texto teatral Hijas del aire. Sueño de Balladyna, dirigido por Ignacio García, pudo disfrutarse en el Festival Internacional de Almagro de 2019, en una hermosa coproducción hispano polaca que, una vez más, ejemplifica ese tejer puentes de belleza que caracteriza a la autora del libro de versos que hoy comentamos. Actitud avalada por los premios recibidos, por los encuentros internacionales en los que ha participado o por sus investigaciones académicas y sus libros de fotografías y textos poéticos.
De aquella experiencia conmovedora en Segovia y en Soria, nace este poemario que Marta Eloy-Cichocka “titula y escribe en minúsculas”, como si cada una de las letras tuviera el mismo valor que la siguiente. No es saltarse, per se, las reglas de la ortografía que ella, profesora de literatura y traducción literaria en la universidad de Cracovia, conoce bien, ni siquiera una declaración de principios de estilo… Es ceder a la tentación, al juego poético de situar las letras, todas ellas imprescindibles como todos los seres humanos susceptibles de habitarlas, sobre la mesa de los sueños y pedirles, por favor, que cuenten lo que de verdad cuenta…
Y eso que cuenta es la amistad, un tejido que da comienzo mucho antes de que dos personas se encuentren, como si la vida llegase de lugares temporalmente imposibles que, sin embargo, se reconocen en el instante mismo de esa primera vez. Leer encrucijada de cien caminos (skrzyzowanie stu szlaków) es entrar en esa complicidad que solo la amistad procura, también la “amistad lectora”. También en esa amistad anónima que regala calma y esperanza donde la calma y la esperanza parecen no tener sitio, como en estos momentos que han hecho del dolor una virulenta pandemia. No siempre ocurre así en un libro. Pero sí ocurre en este. Cada poema está dedicado a alguien que ella ha “reconocido” en el tiempo que duró la beca. Cada dedicatoria es un hilo que se teje con el siguiente, con el anterior, de modo que cada verso es trazo para entrar en el próximo y, a la par, es libre para volar sin que sea un requerimiento que alguien le dé permiso. Poemas que se entrecruzan en cien caminos. Caminos que dan lugar a otros y a otros y a otros más, hasta que quien no está nombrado en el libro halle su nombre en el aire del mismo. Siempre hay una página para estar en la casa de la Poesía: la que construye la grandeza de un poema, la que señala la dirección de una palabra que, de perderse, se llevaría la memoria de la humanidad entera.
Poemas del tiempo que la poesía muestra, y que no se corresponde, para desgracia de nuestros días y de nuestras horas, con ese otro de la esclavitud de una actualidad confusa que nos ha convertido en mercancías, en cuentas de resultados, en recursos humanos… Lamentables conceptos que esconden injuriosos desprecios, aún más lamentables. Con la ironía de la generación “de las nietas de Wislawa Szymborska”, como señala en la cubierta del libro la poeta Verónica Aranda, estos poemas no temen reírse de felicidad, ni llorar de indignación. Son poemas que transforman la risa y el llanto en “des-velos” porque las “minúsculas” acciones de la Poesía tienen el poder de ir corriendo telones que inoculaban culpas con eficaz control, prohibiendo, sin que seamos conscientes de ello, la justa entrada a nuestro corazón devenido temeroso. Lo que aparece, de súbito, alumbrando lo oscuro, está cerca de esas imágenes-poemas que Marta Eloy-Cichocka ha ido “escribiendo” con el mismo esmero y precisión que sus versos.
¿Tiene “género” la Poesía? Un debate reiterado, laberíntico, que exige toda suerte de matices, de precisiones, de enfoques teóricos… La Poesía, entonces, cuando lee lo anterior, se marcha “fuera de la ciudad” porque no es ese su sitio: su sitio está siempre en el afuera, observando y velando, sanando y cuidando, augurando con perseverancia. Es desde ahí desde donde puede contestar a la pregunta, participar en el debate… Por eso rompe muros y fronteras y es capaz de tocar el entendimiento, aunque los idiomas sean lejanos en apariencia. Quiere que la leamos en voz muy alta, porque posee todas las llaves de todas las puertas cerradas a la libertad, incluso las de las puertas que nadie ha pensado todavía… Y de la libertad se trata cuando se hacen esas preguntas. Pero, he de decir, que la Poesía de este libro ha sido escrita por una mujer poeta, por una poeta mujer, no se niega ni se esconde, es metamórfica, hospitalaria, valerosa sin estridencias épicas, disidente y controvertida… Es Poesía que se derrama y dibuja una encrucijada de cien caminos… Marta Eloy-Cichocka lo escribe en un poema que, generosamente, me dedica: […] vivir es devorar tiempo y/ esperar a que se fría un huevo a que se / cierre una puerta o a que madure un poema.