Entrevista a Sami Naïr
“Beauvoir siempre pensó que el feminismo debería liberar al mismo tiempo, y más profundamente, al hombre de su propia enajenación”
El politólogo, filósofo y sociólogo, Sami Naïr, acaba de publicar ‘Acompañando a Simone de Beauvoir. Mujeres, hombres, igualdad’ (Galaxia Gutenberg, 2020), un ensayo que recorre el amplio entramado intelectual de la pensadora francesa, al tiempo que pone en valor su trabajo como memorialista y novelista. A través de los distintos capítulos que se suceden por este libro, esencial y radical para acercarse al discurso de Beauvoir, Naïr analiza de manera pormenorizada, y como testigo de la experiencia de la vida de la parisina, las diversas variables que componen su poética: el firme compromiso como intelectual; su militancia antirracista y anticolonialista; su contribución al feminismo; su visión de la filosofía de la libertad y la revisión de conceptos vinculados al ejercicio de la justicia social, entre otros. Una obra que calibra la importancia de esta pensadora imprescindible para entender el siglo XX.
De entre todas las conquistas realizadas por el pensamiento revolucionario de Simone de Beauvoir – esencial para entender el siglo XX-, ¿cuál destacarías y por qué?
La toma de conciencia del factor “mujer” en el vínculo social de todas las sociedades humanas; la comprensión de que la mujer no es un ser “natural” en la sociedad humana, sino un sujeto culturalmente construido por la sociedad masculina, y enfocado hacia un rol particular: el de un ser ontológicamente dominado por el varón. Por primera vez y mejor que nadie, por ser una filósofa con un pensamiento profundo, Simone de Beauvoir demostró, en ‘El Segundo sexo’, esta realidad de la mujer en la condición humana. Todo lo que viene después -matrimonio, familia, amor, enajenación, seducción, etc.- resulta de esta primera condición. Si Marx afirmaba, en el siglo XIX, que toda la historia es la de la lucha de clases, se puede decir, con la obra de Simone de Beauvoir, que toda la historia de la condición humana es la de la dominación del hombre sobre la mujer. Lo que no significa que no haya otras formas de dominación sobre los seres humanos -económica, política, cultural-. Pero ésta, la del hombre sobre la mujer, constituye el núcleo oculto, el más esencial, en la construcción del vínculo social dentro de todas las sociedades humanas, incluso en las que se suele definir, falsamente a mi juicio, como “matriarcado”.
Esa dominación es, además, antropo-ontológica porque resulta de dos determinaciones fundamentales: la condición de la mujer como ser reproductor, que la sitúa, cuando está embarazada y destinada a parir, en posición de dependencia dentro del vínculo social; y, segundo, lo que es también consustancial a la condición humana, la posición de fuerza del hombre desde su potencial físico. Leyendo, antes de que se publicara, el manuscrito de Claude Levi-Strauss –‘Las estructuras elementales del parentesco’– uno de los más grandes antropólogos del siglo XX, encuentro datos para confirmar esta tesis. Creo que el descubrimiento de Beauvoir rige para todos los tiempos, por lo menos hasta que tal dominación desaparezca…
Como bien señalas y analizas en el libro, Simone de Beauvoir cultivó diversos géneros siendo el de las memorias el terreno en el que mejor supo acomodar tanto su inquietud intelectual como su voracidad en torno a la experiencia de la vida. ¿Cuál ha sido su contribución como memorialista?
En este aspecto, Simone de Beauvoir ha desarrollado un trabajo muy destacable no solo desde el punto de vista de la restitución memorística del pasado, de su vida y de aquellos que, de un modo u otro, tuvieron relación con ella, sino también como aportación estética, literaria. Dentro de la tradición literaria francesa, no conozco un ejemplo comparable; supera de lejos a las cartas de Madame de Sevigné en el siglo XVII, a las memorias de la condesa de Boigne en el siglo XIX, e incluso al inmenso legado memorialista del conde de Saint Simon en la época de Luis XIV, etc. En realidad, su estilo es original y singular, entrelaza varios géneros, lo literario, lo novelístico sin la ficción, el ensayo histórico, el cuento y el diario. Tienen toda la razón los especialistas de su obra cuando emplean el término “memorial” para definirla, es decir, la creación de un monumento estético a través de la búsqueda y restitución de la memoria. Creo que se acerca más a Marcel Proust en su ‘A la Recherche du temps perdu’ (‘En busca del tiempo perdido’) que a los memorialistas clásicos. Confieso que su trabajo “memorial” me gusta más que su obra estrictamente de ficción o novelística. Los especialistas de crítica literaria han trabajado mucho esas memorias; el tema recurrente es el del juego del Yo, de su relación compleja con el tiempo, la verdad, la memoria, la interpretación en sentido de hermenéutica.
Repasando su trayectoria, no dejó atrás asunto elemental para el curso de la humanidad por el que no se sintiera interpelada, ¿prolongación natural de su idea sobre el compromiso de todo intelectual?
El compromiso solidario con los seres humanos siempre ha guiado su vida, aunque, hasta finales de los años 30, demasiado preocupada por su obra literaria y filosófica, no quiso adentrarse en la lucha política. Su colega, otra gran mujer, Simone Weil, condiscípula en la Sorbona, tomó conciencia del compromiso mucho más temprano que ella. A partir de la Segunda Guerra Mundial, Beauvoir entró de lleno en la práctica concreta de la solidaridad. En mi libro hago hincapié, a propósito de su estancia en EE.UU., en la defensa que hace de la minoría negra y, sobre todo, a partir de 1954, en su compromiso total con los argelinos que luchaban por la independencia de Argelia frente al colonialismo francés. Hablé con ella varias veces de los ataques que los partidarios del colonialismo perpetraron contra ella y Sartre, y lo que recuerda en sus memorias sobre este grave asunto en nada se puede comparar con los sufrimientos reales que experimentó en aquella época de injusticias. Con las mujeres del mundo entero se comprometía también, y – lo apunto también – su último combate lo fue para respaldar a las mujeres iraníes en su lucha contra el integrismo religioso islámico. Personalmente, también confieso que, probablemente, nunca me habría dedicado al estudio y la defensa de la inmigración si ella, directora de la revista ‘Les Temps Modernes’ en la que me fichó, no me hubiera pedido dirigir un número especial sobre esa materia, cuando empezaron, en 1983, los ataques racistas de la extrema derecha contra los trabajadores inmigrantes. El compromiso, para ella, no era, pues, una palabra vacía de contenido.
Al margen de la actual crisis sanitaria provocada por la COVID-19, nuestro tiempo se define por coordenadas íntimamente ligadas a la falta de profundidad en el pensamiento, a la turboceleridad que todo lo devora. A una egolatría que nos impide ver más allá de donde nuestro yo termina…, ¿crees que una intelectual como Simone de Beauvoir tendría cabida en un escenario tan dado al ruido como este?
Primero, déjame apuntar tu palabra -“egolatría”-, me gusta mucho. En el último capítulo de mi ensayo, recuerdo lo que ella pensaba de los intelectuales de televisión o de tertulia, sin hablar de algunos (felizmente no todos) periodistas supuestamente bien informados. Sabemos, desgraciadamente, que, en estas últimas décadas, por razones complejas, el papel del pensamiento crítico casi ha desaparecido de las antenas y de los círculos intelectuales. Una de las razones más importantes, a mi parecer, resulta de la naturalización del individualismo, de la desaparición de proyectos colectivos que dinamizaban los compromisos individuales y alentaban al sacrificio para un proyecto futuro y común; el individualismo actual, acérrimo, y sus componentes narcisistas y exhibicionistas, extraordinariamente analizados hace ya más de treinta años por Christopher Lasch –‘The Culture of Narcissism’(1979) –, es una consecuencia directa, a mi juicio, de la dominación sin cuartel del liberalismo como sistema económico basado en la lucha de todos contra todos (y no en la libertad como se pretende) y en su corolario, como lo demuestra Lasch, la sociedad de consumo. El “pensamiento”, para algunos, ha devenido mercancía. Stendhal, en el siglo XIX, definía ya este narcisismo, que surgió con el primer liberalismo: el “egotismo”, porque trasciende el egoísmo: no es solo una actitud, es una visión del mundo, en sentido de la palabra alemana Weltanshauung, condicionada por el “espíritu de la época” (Zeitgeist )…
También era fundamental para Simone de Beauvoir el trabajo duro, serio, aburrido de investigación, de lectura, de reflexión sobre grandes autores. Y no se puede decir que éstos sean características y valores particularmente apreciados en la era Internet. Las exigencias intelectuales han disminuido mucho en nuestra sociedad de alta velocidad. Muchos (afortunadamente no todos) intelectuales ahora, por lo menos aquellos que tienen nombre y apellido en el mercado de la cultura (en cualquier género), se creen obligados a publicar a cualquier precio, para no caer en el abismo del olvido.
Aquí también hallamos una paradoja interesante: las memorias de Beauvoir vienen escritas en primera persona, su Yo está en juego permanentemente, pero lo sorprendente es que nunca aparece como un Yo que se pone “delante”, de pretensión subjetiva que se encuentra a menudo en los textos de muchos autores. Es siempre un Yo bajo control, autocrítico, intersubjetivo, un diálogo en el que los aspectos negativos no son ocultados. Un Yo que no busca el espejo, sino la interioridad tranquila, el universo interior. Un Yo sereno, y a menudo tan doloroso como feliz.
Se podría decir que ella podía permitirse el lujo de guardar silencio durante años; hubiera podido publicar cien veces más pero no lo hizo, no publicó su primer libro hasta los 34 años; y quedan miles de páginas que no quiso divulgar porque no le satisfacía y que su heredera, Sylvie Lebon de Beauvoir, está ahora preparando para su publicación. Por ejemplo, los Cuadernos de juventud, un texto interesantísimo de unas 700 páginas escrito en su época de estudiante, que anuncia los temas de sus memorias de los años 50. Aunque pertenecen a mundos distintos por la cultura y la historia, creo que, en cuanto a su relación con el éxito, la fama, la soledad, Simone de Beauvoir tiene mucho en común con el serio de la gran Virginia Wolf.
En ‘La plenitud de la vida’, ya se aprecia, en Beauvoir, ese despertar a una visión política del mundo, ¿es lo que la conduce a una conciencia inminentemente feminista?
Pienso que lo que la llevó a la conciencia feminista fue más bien la experiencia de su propia vida y la elección que hizo de su vida. Me explico: he aquí una mujer que decide vivir libre, sin casarse, estudia para conquistar su independencia económica, encuentra un genio, Jean Paul Sartre, que comparte su visión y la conforta en su elección de mujer libre. Después, el camino para tomar conciencia se abrió solo. La Segunda Guerra Mundial había trastornado todos los referentes, incluido el de la mujer tradicional, dedicada a la familia, marido e hijos en conjunto. A esos ingredientes cabe añadir las evidentes cualidades de Simone de Beauvoir, dotada de gran inteligencia, con una formación filosófica e interdisciplinaria de alto nivel. Recuerdo, en mi ensayo, cómo Giacometti, el escultor, y Sartre, la empujaron a dedicar una investigación sobre la mujer, de la que emergió ‘El segundo sexo’.
La pugna con la ortodoxia del marxismo exportado por la Unión Soviética fue una constante en su trayectoria, vital e intelectual. En una Europa que luchaba por encontrarse, tras conflictos que marcaron la identidad del europeo contemporáneo, tanto Sartre como Beauvoir sufrieron distintas agresiones desde el comunismo francés que no quiso o no pudo entender las posturas de ambos intelectuales. ¿Cómo consideras que afectó a Simone de Beauvoir este posicionamiento?
Ambos sufrieron mucho estas críticas feroces por parte de los estalinistas franceses, a veces mucho más duros con ellos que los propios soviéticos. Pero ninguno renunció a su posicionamiento a favor de la clase obrera, hasta el punto que, en la prensa conservadora, se les consideraba “masoquistas” por ser continuamente atacados y, apoyando, al tiempo, las causas sociales defendidas por el partido comunista francés. Lo que pasa aquí es muy sencillo: el partido comunista temía terriblemente la influencia que Sartre y ella podrían ejercer sobre la intelectualidad de izquierda, en aquel entonces mayoritariamente procomunista. Era realmente una batalla de liderazgo dentro de la izquierda. Los ataques más virulentos contra el existencialismo de Sartre y Beauvoir venían del partido comunista, no del bando conservador. La guerra de Argelia, la de Vietnam después, recrudecieron este conflicto de influencia, dado que ella y Sartre abogaban por posturas mucho más radicales de apoyo a los argelinos y a los vietnamitas que las de aquel partido.
Uno de esos puntos de tensión fue, sin duda, la Guerra de Argelia, ¿principal desencuentro con Albert Camus?
Argelia fue un momento fundador en la identidad política de Simone de Beauvoir, y la relación con Camus empeoró con motivo de este tema. Las posiciones de Camus, determinadas en general por su condición de argelino de etnia europea, topaban contra el anticolonialismo de ella. Pero la verdad es que las discrepancias entre ambos comenzaron mucho antes. En resumidas palabras, Albert Camus, aunque fue notablemente apoyado en su debut en el campo cultural francés por Sartre, nunca se adhirió a los mismos valores culturales y políticos de Sartre y de ella. Aún más: fue el posicionamiento de Camus, violentamente anticomunista, el que provocó los primeros enfrentamientos. Aunque admiro a Camus como artista creador de obras magnificas, confieso, al hilo del trabajo de este libro, que tanto los ensayos moralistas como el hombre mismo no me provocan mucha empatía. Tuve dificultad para encontrar un punto de vista equilibrado, hablando de este conflicto latente. Es una historia, al fin y al cabo, bastante amarga, pues tampoco Camus erraba en todo. Con todo, es de justicia precisar que Camus fue un crítico feroz de la colonización, e hizo unas investigaciones destructoras sobre las condiciones de vida miserables de los argelinos árabes y bereberes. La oposición con Simone de Beauvoir y Sartre radicó en la forma de resolver el conflicto: Camus rechazaba la lucha armada de los argelinos y creía firmemente en una solución política que permita la convivencia entre todos los argelinos. Se equivocó porque esta convivencia había sido rechazada durante un siglo por los propios argelinos de etnia europea, que habían construido una sociedad de apartheid, en la que eran a la vez verdugos y presos. Ahora bien, ni Beauvoir ni Sartre, ni la gran mayoría de la intelectualidad francesa, confiaban en la vía política, aunque también la deseaban. Lo demuestra con profundidad JP Sartre en su famoso articulo: ¿Que es el colonialismo? De todas las maneras, no se puede entender el desencuentro con Camus sin reconstruir de modo muy detallado los enfrentamientos dentro de la intelligentsia francesa tras la Segunda guerra mundial.
Siguiendo con Camus, sorprenden sus declaraciones tras la publicación de ‘El segundo sexo’, ¿no? Atacó con especial virulencia a su autora…
Sí, Camus era hombre de su tiempo, y era preso a la vez del machismo argelino y francés. Pesada herencia ¿verdad? Simone de Beauvoir hablaba de ese episodio con humor y sus ojos azules brillaban traviesos cuando lo recordaba. Decía: «¡oh!, Camus tenía la mentalidad, en cuanto a las mujeres, de un pequeño gamberro del barrio popular de Bellecourt, de Argel». Y se reía…
El paso del tiempo, las metamorfosis del cuerpo, la vejez, es un asunto al que Beauvoir prestó especial atención. ¿Dotó a estos temas – denostados por el orden patriarcal- de una dimensión intelectual además de literaria?
Se ve claramente en ‘El segundo sexo’ y en su libro, muy duro, ‘La vejez’. Allí encontramos muchos conceptos originales para pensar estos fenómenos, siempre desde una crítica severa de lo que podría llamar la co-enajenación femenina-masculina. Es un universo de aristas que me gustaría un día u otro investigar…
Otro tema que abraza el pensamiento de Simone de Beauvoir es la muerte, asunto que refleja en su cuarto tomo de memorias, pero también en novelas y en su epistolario con colegas. Entendía la muerte como escándalo, accidente ante la verdadera naturaleza humana. Esta suerte de metafísica, ¿nace tras el periodo lógico de exploración de lo intelectual o está ligado a esa suerte de rechazo de los convencionalismos sociales y religiosos?
Esas dos dimensiones aparecen interconectadas en Simone de Beauvoir. Reflexión filosófica, en la línea de Sören Kierkegaard y Martin Heidegger, y su propia relación con la muerte, siempre presente a lo largo de su vida. La muerte de su madre transformó esta actitud en obra literaria, en su bellísimo ensayo “memorial”: Une mort si douce.
El último volumen de sus memorias, ‘La ceremonia del adiós’, es «un diálogo entre dos vidas, la conclusión de una existencia, el adiós a las armas del pensamiento, el ocaso de una relación construida contra viento y marea en base a una subjetividad común y que la naturaleza, ahora, quebraba». ¿Qué aportó el pensamiento de Simone de Beauvoir a Sartre?
Me gustaría contestar: ¡mucho! Pero no lo puedo demostrar aquí; en mi ensayo hay varios guiños sobre esta cuestión. Me limito aquí a dos consideraciones. Primero, nunca Sartre publicó un libro o artículo sin que ella no lo leyera y corrigiera; segundo, siempre estaban en dialogo “osmótico”, en todos los campos y, en especial, en filosofía, cuando creaban un concepto, un ensayo, una reflexión. Ella conocía mejor que nadie el pensamiento de Sartre, porque, en cierta manera, él lo elaboraba también con ella. Las diferencias, oposiciones, críticas y disputas intelectuales entre ellos quedaban integradas siempre desde la solidaridad fundamental de un pensamiento común en constante progreso.
Fue radical su vínculo con la libertad, no sólo en el plano intelectual, también en el vital… ¿fue quizá el concepto que mayor influencia ejerció sobre ella?
Probablemente, pero ella solía decir que vivir libre es muy difícil, en especial para la mujer. Y ella sufrió mucho la soledad, tengo algunos recuerdos de discusiones sobre este tema… Porque si la libertad es esencial al ser humano, necesita también la relación con el otro, lo que su amigo de siempre, el filósofo Maurice Merleau-Ponty, llamaba “el ser-para-el otro” (l’être pour autrui). Ahora, el otro puede ser también, a veces, como decía Sartre, el “infierno”. Y es una dialéctica muy difícil de conciliar en el transcurso de la vida. Otro aspecto que valdría la pena analizar cuando se habla de la libertad, es la profunda intrincación entre libertad y muerte, pues la libertad encuentra sus límites, primero, en la libertad del otro y, más profundamente, en la muerte que la aniquila. Soledad, libertad, libertad del otro, muerte, cuestiones trascendentales que Simone de Beauvoir, así como Sartre o Merleau-Ponty, en la época de sus estudios, solían compartir en discusiones largas.
La filosofía de la libertad, ¿fue esencial para el canon feminista?
Creo que sí, obviamente. Pero no basta la libertad sin tomar en cuenta la comunidad, el otro. Y, sobre todo, no equivocar los términos del combate. No se trata de luchar contra el hombre, sino contra las condiciones que fomentan la dominación del hombre sobre la mujer. En este sentido, Beauvoir siempre pensó que el feminismo debería liberar al mismo tiempo, y más profundamente, al hombre de su propia enajenación. Es un largo camino de educación y de respeto a la dignidad de cada uno.
Hablemos ahora de su obra referencial, ‘El segundo sexo’. Millones de mujeres hemos despertado al feminismo, en parte, empujadas por textos como este. Obra revolucionaria que nos invita a rechazar las categorías culturales en las que la sociedad tiende a encerrarnos. ¿Fue este libro, y su ingente consecuencia, el mayor compromiso que adquirió su autora para con la humanidad?
Creo que este libro se quedará como uno de los grandes libros del pensamiento; ha determinado, y seguirá determinando, la reflexión sobre los géneros, sus conflictos y sus anhelos de superación para crear una civilización verdadera humana, basada en la igualdad y la justicia. Es el cultivo de esta reflexión el legado de Simone de Beauvoir para la historia, además de su singular estilo de trabajo “memorial”. Pero la reflexión no debe pararse sobre el feminismo. Hay hoy muchas mujeres y hombres que piensan, actúan, luchan para desarrollar el pensamiento feminista y superar las expectativas y aportaciones de Simone de Beauvoir. Ella esperaba con sinceridad un intenso desenvolvimiento del trabajo feminista por doquier.
En la actualidad, hay una tremenda regresión cultural que busca reducir a la mujer a ámbitos de los que llevamos décadas intentando huir. Como bien adelantó Simone de Beauvoir, cualquier avance siempre buscará oponerse al feminismo…
Saberlo permite preverlo y luchar en contra. Cuanto más se desarrolla el feminismo emancipador, igualitarista, más duras se generarán las reacciones por parte de los defensores del orden vigente. Es así. Lo que significa que hay que seguir luchando día a día, y no renunciar nunca, porque en esa lucha diaria se vierte una acción fundacional para lo que podría ser una sociedad civilizada, es decir, en palabras de Simone de Beauvoir, una sociedad “fraternal” entre estos dos seres humanos que son la mujer y el hombre. Para ella, el feminismo no representa un anti-masculinismo. Es un proceso de liberación de los dos sexos de su mutua enajenación, empezando por otorgar los mismos derechos teóricos y prácticos a las mujeres. Es una lucha de largo alcance, pues largo es el porvenir…
Entrevista realizada por Cristina Consuegra