Mujeres artistas: los dados trucados
¿Por qué la pintora Marta Valdés no pinta? Meses después de leer Corazón de napalm, la novela de Clara Usón que tiene a Valdés por protagonista y narradora, la pregunta me seguía rondando y decidí releerla en busca de respuestas. La cuestión, claro está, no es el personaje de ficción llamado Marta Valdés, sino las muchas artistas de carne y hueso a las que quizá representa.
Como sabemos, uno de los terrenos profesionales a los que las mujeres se han ido incorporando en número creciente ha sido el de las artes, en todas sus modalidades, un terreno en el que su presencia a lo largo de la historia había sido muy minoritaria. Durante años pudimos creer que el problema era la misma serie de factores que tradicionalmente obstaculizaron cualquier actividad profesional femenina: falta de control de la fecundidad, falta de libertad de movimientos, falta de derechos, falta de educación… Al desaparecer todas esas trabas, cosa que en nuestro país tiene una fecha muy precisa: con la Constitución de 1978, podía esperarse que el acceso de las mujeres a la creación artística, en condiciones de igualdad con los varones, sería cuestión de poco tiempo. Treinta y dos años más tarde, comprobamos con preocupación, y sobre todo con perplejidad, que este no ha sido el caso. Aunque las mujeres han ingresado masivamente en las carreras artísticas y humanísticas, hasta el punto de ser mayoritarias en ellas, su presencia entre los creadores es escasa. En el campo de las artes plásticas, representan sólo en torno a un 30 % del total de artistas en ejercicio en España; en el de la literatura, se puede estimar en algo menos y en otras modalidades de creación, las cifras son no ya insatisfactorias, sino alarmantes: sólo un 12 % de los compositores y un 6 % de los directores de orquesta son mujeres. Tanto entre quienes crean -cineastas, novelistas, artistas plásticas/os, poetas, compositoras/es, dramaturgas/os-, como entre el resto de agentes culturales -productoras/es de cine y artes escénicas, editoras/es, críticas/os-, ellas son una exigua minoría. (Existen en el campo cultural algunas profesiones mayoritariamente femeninas, pero son muy pocas: agentes literarias, galeristas y las relacionadas con la danza.) Y si hablamos de reconocimiento institucional –primer paso para el acceso al canon, con todo lo que eso implica: permanencia, influencia presente y futura-, el panorama es aún, si cabe, menos alentador. Observemos por ejemplo los Premios Nacionales, creados a finales de los 70 o primeros 80: veremos que la proporción de mujeres entre sus ganadores no sólo es muy baja (en torno a un 10 %), sino, sobre todo, no muestra, en las tres décadas transcurridas, ninguna progresión. Es hora pues de examinar cuáles son los obstáculos que están impidiendo la aparición de mujeres artistas o el desarrollo de sus obras y carreras; hora de analizar quiénes son ellas, cómo trabajan, cómo viven, y cómo se insertan, o lo intentan, en un mundo profesional que les da la espalda.