Las pieles y su instinto
Rosa Montolío
Lastura, 2018
Con un hermoso prólogo de Elia Saneleuterio y un fantástico epílogo de Alfredo Fernández nos llega este poemario, que ha sido finalista de los Premios de la Crítica Literaria de Valencia en 2019.
En él encontraremos versos que apelan a nuestra piel, a lo que tenemos de innato y nadie nos puede robar, a lo que somos y compartimos con los demás seres, sin distinción de géneros, razas, culturas o clases sociales.
Para mí son sin duda varios los hallazgos de este libro y los motivos por los que conseguirá atraparnos su lectura:
En primer lugar, nos cautivará la pulsión salvaje que existe del “yo”, un “yo” que se erige constantemente contra las injusticias (violencia de género, desigualdad social, discriminación por raza…), no obstante, pese a todo, ese “yo” quiere ser feliz y disfrutar de su sexualidad y de todas las cosas buenas que nos ofrece la vida.
Esos sí, aunque el mensaje suele ser siempre positivo, de lucha constante, coraje y también de disfrute, a veces el “yo” también se muestra pesimista y cree que no bastará el lenguaje ni los buenos deseos para conseguir esa anhelada felicidad que busca, de este modo nos dice en la pág. 72: “Se mueven tus pupilas imaginando y siguiendo / anhelante mis palabras, intentando descifrar / este mensaje, aunque a veces, la palabra no basta / para unir a los seres. Nos une el desnudo / el sexo, el dolor, la muerte”.
En segundo lugar, otro gran acierto del poemario será el lenguaje con el que ha sido escrito este poemario, y es que pese a la feminidad del “yo”, muchas veces “ese yo” se manifiesta con palabras como “Ser o Seres” o utiliza el binomio “hombre-mujer” o un “nosotros” o incluso repetirá los dos géneros como pasa dentro del poema “Defiendo”: “Defiendo a los niños y a las niñas” para que nos quede constancia de que ese “yo” nos incluye a todos.
En tercer lugar, por el ritmo rápido que albergan sus páginas y que nos sobrecogerá, porque como bien nos apunta Alfredo Fernández en el epílogo: “se trata de un ritmo impresionista, casi cinematográfico y sin casi subordinadas”. “Fluido y envolvente”, añadiría yo.
En cuarto lugar, por los mensajes que transmite, siempre tan necesarios, de unión, paz, justica solidaridad, defensa de los Derechos Humanos, del Medio Ambiente, de la Cultura y del Arte.
Y, por último, solo destacaría que el poemario dibuja un círculo perfecto, que se abre con el poema “Géiser” (en el primer poema) y que se cierra con esa misma palabra “géiser” en el último poema cuando la poeta nos dice: “Somos: / azules, marrones, verdes, / ser, voz, /géiser”.