Herminia Luque: «La infantilización que opera en redes sociales degrada la amistad hasta límites inconcebibles»
La novelista y ensayista Herminia Luque acaba de publicar ‘Escritoras ilustradas. Literatura y amistad’ (Ménades, 2020), un título en el que indaga en toda una generación de escritoras ilustradas para poner en valor su aportación a este movimiento esencial para la experiencia de la condición humana. A partir de la figura y obra de María Rosa de Gálvez y María Rita de Barrenechea, Luque recupera el corpus de toda una generación de escritoras que aportaron una visión estratégica a la Ilustración, mirada que tiene su eco en nuestra contemporaneidad.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Ilustración?
Herminia Luque: Hablamos de un fecundo movimiento cultural del siglo XVIII que abre las puertas al mundo contemporáneo, dotándolo de un instrumento crítico-emancipatorio que es la racionalidad. A partir de ahí se separarán el pensamiento (la ciencia, la filosofía, las disciplinas humanísticas), así como la creación artística y literaria, del pesado débito de la religión. Los seres humanos, nos decimos desde entonces, tenemos que arreglar nuestros asuntos humanos desde los recursos que poseemos; el conocimiento, claro, es uno de los más valiosos, el meta-valor por excelencia.
¿Cuál fue la contribución de las escritoras y pensadoras a este movimiento?
Aportaron una convicción fundamental que está en el centro de la Ilustración, pero que aplicado a las mujeres resultaba pasmosamente revolucionaria: la idea de que la perfectibilidad humana, conseguida a través de la educación y de la literatura como herramienta epistemológica, podía cambiar las sociedades, es decir, las condiciones de inferioridad y de sometimiento a las que estaban adscritas las mujeres. Todas, en mayor o menor grado, hacen una defensa de sus aptitudes, en aras, no solo de su proyecto personal sino de lo que se llamaba en la época “felicidad pública” y que nosotros agruparíamos en un conglomerado de ideas como desarrollo, bienestar, derechos y, sobre todo, derecho a la autorrealización personal. Este es un proyecto indeclinable, implícito en todas ellas. Ni sombra de esa mujer demediada, sometida, de naturaleza complementaria, es decir, inferior al varón, dedicada con fervor a las tareas de la reproducción y la felicidad y el cuidado de los hombres que la literatura científica y la de ficción van a poner en pie (Rousseau el primerito).
Uno de los principales aspectos sobre los que intenta reflexionar este ensayo es el concepto de amistad. Su evolución e implicación en el actual diseño social.
Herminia Luque: Los antiguos ya habían reflexionado sobre la amistad. Pitágoras decía que era una igualdad compuesta de armonía. Y en la Ilustración el concepto de igualdad va emergiendo hasta erigirse en una de las reivindicaciones políticas del ciclo revolucionario que inicia el mundo contemporáneo. Sin igualdad no hay amistad, saben los ilustrados. Pero tampoco sin placer: el placer del reconocimiento recíproco, de la presentación benéfica de uno mismo, el placer de la admiración hacia el otro también.
En la sociedad actual los vínculos amicales, a la vez que se han hecho imprescindibles, se han trivializado, se han vaciado del espesor conceptual que tuvieron; han quedado como una marca de sociabilidad, pero lenes e insignificantes. Y hay que dotar de sentido a la amistad, a las amistades que tenemos, o no lo serán en su cabal sentido. La infantilización que opera en redes sociales y sistemas de mensajería instantánea degrada la amistad hasta límites inconcebibles.
Te pregunto una cuestión que deslizas en el prólogo, ¿por qué indagar en ese nudo de afectos que llamamos amistad centrándote en escritoras ilustradas?
En primer lugar, está mi interés por la Ilustración, en parte derivado de mi actividad como docente de Historia (escribí un abecedario de la Ilustración como material didáctico, con entradas, para cada una de las letras del alfabeto, con personajes, conceptos u objetos característicos del movimiento); en parte también es un puro interés por un siglo despreciado desde el punto de vista literario, pero que ofrece muchos centros de interés desde el punto de vista de la historia de las mujeres y la historia de la cultura (es el momento en el que nace el feminismo, con Mary Wollstonecraft). Historiadoras como Mónica Bolufer o María Victoria López-Cordón habían investigado sobre figuras como Inés de Joyes y Josefa Amar, así como otras muchas investigadoras sobre otras autoras, y a mí me interesaba indagar qué cosas tenían en común y qué separaban a esas escritoras.
Elegir la amistad en estas escritoras, como tema y como práctica vital, me parecía muy relevante, precisamente cuando en la época todavía era moneda corriente (incluso entre algunas tratadistas) la idea de que las mujeres no pueden ser amigas, porque sus defectos connaturales se lo impiden; idea que la misoginia medieval puso en circulación con una enorme efectividad. Hay, sin embargo, una incipiente conciencia de sororidad en Inés Joyes, que hace una doble apelación a reforzar los vínculos amicales y utilizar a la inteligencia para vivir una existencia lo más digna, es decir, más ética posible. Al margen de la religión, lo que es asombrosamente moderno (y Joyes nace en 1731).
Hace unos días la canciller alemana Angela Merkel y el expresidente estadounidense Barack Obama señalaban hacia los valores de la ilustración como únicos valores posibles para la construcción de un modelo de vida alternativo al actual. ¿Consideras posible la fundación de una nueva Ilustración que pueda navegar en este siglo 21 tan desorientado?
Hay una triple herencia ilustrada que es irrenunciable, si no queremos que la vida en nuestras sociedades sea invivible (como lo es en algunos sitios): la racionalidad (una razón crítica), el laicismo (la separación decidida de todo pensamiento mágico-religioso) y el feminismo. El feminismo, aunque nació como una nota al margen, un escolio apenas de la Ilustración, es su rama más fructífera: una revolución no violenta (probablemente la única digna de tal nombre) con efectos prácticos en la mejora de las condiciones de vida de millones de mujeres que a veces no valoramos de un modo justo; el cual debería incluir la admiración y el agradecimiento.
En relación a esa arqueología de la exclusión sobre la que escribes, ¿qué mecanismos se han puesto en marcha para silenciar la voz de las escritoras?
Pues los de siempre: el olvido puro y duro, la minusvaloración y la anecdotización. Así ocurre, por ejemplo, cuando lo único que queda, en la memoria de historiadores locales o eruditos al uso, de María Rosa de Gálvez son unos sonetos obscenos que no ha visto nadie, pero que sirven para descalificarla moralmente, lo que equivale a descalificarla como escritora. De un plumazo, se omite toda su obra, se denigra por inmoral a la autora y se reduce todo a puro chismorreo de tertulia. La consecuencia terrible es que esas autoras desaparecen de las historias de la Literatura y, por ende, de las enseñanzas escolares.
Afortunadamente, hay, desde el mundo académico, un serio proyecto de rescate de estas escritoras, pero también se hace necesaria la divulgación, que ese conocimiento generado cale e impregne al mayor número de personas posible, no puede quedar encerrado en el estrecho marco universitario.
Centras el ensayo en dos escritoras ilustradas que, además, fueron amigas: María Rosa de Gálvez y María Rita de Barrenechea, ¿qué las hizo distintas? ¿Y qué otras autoras formaron parte del canon de la Ilustración?
María Rosa de Gálvez fue la única que tuvo un empeño sostenido en hacer carrera literaria. Es decir, trató de hacerse un lugar en la llamada República de las Letras, pero no solamente por amor a la fama, sino para vivir de su trabajo (su marido, del que se separaría de facto, la arruinó). Para ello escribió y tradujo, publicó también obras dramáticas que se representaron y que le reportaron beneficios económicos. Ya en la centuria anterior, Ana Caro de Mallén había sido la primera mujer de letras en profesionalizarse, pero seguía siendo una rareza que una mujer viviera de su escritura. María Rita de Barrenechea no fue una escritora profesional (era noble y no le hacía falta ninguna escribir para ganarse la vida), pero escribió dos comedias sentimentales mucho antes de que se asentase este género.
El caso más triste quizá sea el de Josefa Amar y Borbón, preparadísima intelectualmente, muy reivindicativa en cuanto a las aptitudes de las mujeres en sus primeros textos, pero que luego parece desvanecerse: no publica, se sume (o es sumida, no lo sabemos) en el silencio, aunque fue una mujer longeva; no sabemos si decepcionada, harta de la falta de compensaciones (de la que ella misma habla) que tienen las mujeres que se dedican a tareas intelectuales.
¿Qué importancia tuvieron las tertulias en el reconocimiento de la obra y pensamiento de estas escritoras?
Las tertulias fueron los lugares predilectos de la sociabilidad dieciochesca. Funcionaron también como difusores de ideas y de corrientes literarias. Pero, como podemos ver en la Apología de las mujeres de Joyes, eran también los lugares donde se dejaba claro el irrelevante papel intelectual de las mujeres, su precario estatuto como sujetos autónomos.
Las tertulias son el lugar donde los hombres muestran su superioridad, aunque, en el caso de Joyes, esto funcionaría como el acicate para escribir su ensayo en el que critica a fatuos pisaverdes e invita a las mujeres a apreciarse a sí mismas y a establecer lazos de amistad con otras mujeres, olvidándose de los funestos “cortejos” (esos adoradores, supuestamente platónicos, que debían tener las mujeres casadas de cierto nivel y que, a la larga, se convertían en sus tiranos).
Hay una parte especialmente bella de este ensayo, la parte que dedicas a la trascendencia de la lectura en la vida de estas escritoras. ¿Qué función desempeñó su ejercicio?
En una época en la que el acceso a la educación superior (las universidades) les estaba vedado, la lectura era prácticamente la única vía de acceso al conocimiento especializado. A la vez, el modelo de lectura privada, en espacios íntimos como el gabinete o el dormitorio, propicia el surgimiento de una subjetividad modelada por la reflexión y el autoconocimiento. La lectura es, a la vez, propedéutica de la actividad literaria (hay que leer para escribir) y un medio para la generación de un yo contemporáneo (un sujeto construido por su propia percepción de los hechos y la evaluación sentimental de los mismos).
En el XVIII se desarrolla también el modelo de lectura que predomina hoy: una lectura extensiva, muy emocional, que busca novedades sin cesar. No hay que olvidar que es la época en la que surge el fenómeno del bestseller, con novelas como el Werther, de Goethe, o La nueva Eloísa, de Jean-Jacques Rousseau, que generan una auténtica furia lectora. Será la labor lectora de las mujeres, por ejemplo, la que consiga colocar a la novela entre los géneros literarios canónicos.
Entrevista publicada en Secreto Olivo