El virus y yo – Relato IV
Siempre había imaginado mis bacterias como mujeres que me acompañaban, unas malignas, otras necesarias para sobrevivir. Tenía una cierta relación con todas ellas ( mi tendencia al desorden y al polvo era una forma tácita de respeto a sus derechos), pero en mi ignorancia, aparecían como un universo sin Estado pero coherentes y permanentes en su diversidad y en su evolución. Esa era yo? ¿Cuál era mi identidad entre ellas?
Difícilmente podía aceptar que tanta población (millones, dicen) conviviera en mis ámbitos y en silencio, sin hacerse notar apenas, sin ocupar mi espacio. Pero es que no es así. Ocupan espacio, pero el suyo, no el mío. Ésta ha sido la primera evidencia que he tenido de que hay miles de ámbitos compartiendo mi cuerpo que, por eso, mi cuerpo no es propiamente mío.
Automáticamente, hice lo que es mi ejercicio favorito: extrapolar. Me dije, así es la sociedad, somos diversos y cada uno tiene su mundo y a la vez compartimos otro mundo común.
En cuanto a los virus, qué diría. Siempre los imaginaba, no sé por qué, como unos hombrecillos con sombrero calado, gabardina y cuello subido; quizá con gafas oscuras…muy enigmáticos. Eran malos, por definición. Y cuando me sentía griposa me dirigía intensamente a ellos ( eran multitud) con decisión y deseándoles lo peor, interesada en que conocieran mi clara voluntad de liquidarlos o más bien, de no ofrecerles un ámbito agradable de asentamiento. Porque también percibía que buscaban un hogar, una casa cuna para reproducirse.
Me dirigía entonces a mi mente en un tono muy decidido y muy serio, sin las dudas en que habitualmente se entretiene. : ¡Créales un ambiente imposible! Aquí no se quedan! Que no alberguen ninguna esperanza. ¡Fuera! ¡A molestar a otro!
Pero, hete aquí, que un buen día, como dicen los cuentos, me entero de algo inaudito: no son seres vivos. ¿Y entonces qué? ¿cómo los abordo? ¿cómo me relaciono?
Sé que el lenguaje con que nombras tus percepciones las condiciona y las cambia –como el gato de Schrodinger-; por eso es importante buscar palabras justas y tiernas para estos seres que simplemente, existen, como yo.
Son pobres marginados buscando mi amparo para reproducirse y sobrevivir. Y ahí se me han empezado a romper los esquemas.
Cualquier descubrimiento hace que cambie la óptica con que te acercas a la “realidad”, tan rara y tan ambigua por más que la queramos ver como algo cotidiano y sabido.
Éste hace que contemple mi vida celular –que ya no sé si puede llamarse propiamente, mía- con más cercanía que al que llamamos Universo y que quizá sea, simplemente, uno más.
Ahora, cuando me levanto por la mañana, medito en el coronavirus, con respeto, sin juzgarle porque, qué se yo de su no vida? Qué soledad la suya, sin hogar estable, buscando desesperadamente alguien que le acoja.
Y he caído, válgame Dios, en que yo soy el coronavirus de mi entorno. Siempre buscando a los otros, siempre necesitando comunicación para sobrevivir.
Los miro, me miro de otra manera. Como yo misma, necesitan amor, acogimiento.
Desde esta nueva óptica, me he metido en la cama, rodeada de libros y de música, con una jarra de agua fresca al lado y un limón lleno de vitamina C. Me he disculpado ante ellos. Mi mente sabe que lo hago sin acritud, con respeto. Vamos a convivir unos días cortos, ellos son gente de paso.
Intento que estos días sean agradables para todos nosotros. A dos o tres les he puesto nombre: no sé relacionarme de otra forma. Espero no crear situaciones de celos que nos perjudicarían a todos.
Cada vez que trago un paracetamol me siento bomba atómica y lloro. Mi garganta se estremece y sudo de dolor. Pero la vida es dura.
Estos primeros días ellos están haciendo lo que pueden para hacerse notar.
Tranquilos. Ya sé quienes sois. Unos más, entre los habitantes misteriosos del Universo. En cierto modo, os quiero sin conoceros. Hagamos nuestra convivencia amable y divertida, ¿por qué no?
Mirad: la primavera va a entrar de un momento a otro por la ventana. Vosotros no la conocéis. Lo siento. Os prometo que hasta que os diluyáis o paséis a otro cuerpo, cada día de crisis os hablaré de los pájaros, de las flores, de las gotas de lluvia que caerán y regarán mis tiestos… y sé que probablemente huiréis de mí por esta causa pero alguno, el virus revolucionario que siempre albergan las sociedades, deseará mutar buscando su independencia de los cuerpos.
Cada vez que riegue mis plantas, le buscaré emocionada en las glicinias, en las margaritas que quieren despuntar en estos primeros días del buen tiempo.
Y si lo veo, le dejaré que me infecte un poco, como vacuna. Él musitará “A las barricadas” y yo tararearé “La internacional”.