Clarice Lispector y una literatura desmesurada, cerca del corazón salvaje
Publicado originalmente en Infobae el 10/12/17.
De Clarice Lispector se decía que se veía como Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf. Lo primero puede comprobarlo cualquiera con una búsqueda rápida de Google Imágenes: los rasgos europeos de Clarice, herencia de sus ancestros rusos, sus pómulos esculpidos y su elegancia sin vueltas determinan una belleza que resistió el paso del tiempo y los cambios de cánones. La segunda comparación es un poco más densa: a primera vista no es evidente que Clarice Lispector y Virginia Woolf compartan muchos rasgos de estilo, pero eso es porque no está ahí lo que tienen en común. Es el tipo de relación que arman entre vida y obra, entre escritura y cuerpo, entre la problematización de lo femenino y la construcción del lenguaje (la teórica Hélène Cixous cristaliza algunas de estas ideas en su concepto de escritura femenina) lo que acerca a estas dos autoras, que por lo demás fueron muy diferentes.
Clarice Lispector nació con el nombre Jaia Lispector en 1920, en un shtetl (pueblito) de lo que hoy sería Ucrania. No cambió su nombre cuando empezó a escribir sino mucho antes junto con toda su familia, cuando era casi un bebé y llegó a Brasil: los Lispector, que ya habían sufrido gravemente los pogroms durante la Guerra Civil Rusa, se fueron escapando de la Primera Guerra Mundial. Se instalaron primero en Recife: allí, antes de que Clarice cumpliera nueve años, falleció su madre, presuntamente por complicaciones de la sífilis que había contraído al ser violada durante los pogroms. Cuando Clarice tenía catorce años, la familia se mudó a Río de Janeiro.
Allí, alentada por su padre, Clarice recibió una educación bastante más elevada de lo que se estilaba dar a una chica en el Brasil de esa época, incluso entre las clases más altas: en la Facultad de Derecho a la que ella ingresó entonces solo había tres mujeres (y ningún judío). En Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, Benjamin Moser habla del profundo sentido de justicia de Clarice, que animó su decisión vocacional aún si la práctica del Derecho no la tentaba demasiado. «Sentía el drama social con tanta intensidad que vivía con el corazón en un puño por las grandes injusticias que sufrían las llamadas clases necesitadas. En Recife visitaba la casa de nuestra criada los domingos, en las favelas. Y lo que vi allí me hizo prometer que no permitiría que siguiera ocurriendo», escribiría luego Clarice.
Esta cita es ilustrativa del lugar que ocupaba Clarice Lispector en su mundo, y la consciencia que ella tenía de él: conocía los sufrimientos de su familia, pero sabía bien que, en relación con muchos otros, era una privilegiada. Tenía también una idea bastante clara sobre los límites de ese privilegio para el género femenino: sus textos están poblados de mujeres encerradas en sus casas, muertas de deseo o de ganas de desear, de angustia y de aburrimiento. Su primera novela, Cerca del corazón salvaje, publicada en 1943, fue celebrada como una de las incursiones más comprometidas en la «novela introspectiva»: es difícil hablar de Clarice Lispector sin utilizar la palabra introspección. Si se la compara, por ejemplo, con una contemporánea suya como Natalia Ginzburg, es evidente que ambas estaban interesadas en muchos de los mismos temas (la familia, las mujeres, el amor romántico y sus agujeros) pero que, en el armado de sus mundos ficcionales, Ginzburg ponía mucha más atención en el afuera: en los lugares geográficos, en las casas, en los países y en las sociedades. Los universos ficcionales de Clarice Lispector a veces parecen abstractos de tan internos que son: sus personajes son las angustias y las frustraciones, las fantasías y los recuerdos que pueden aparecérsele a una mujer sin salir de su habitación, los monólogos interiores llegan a tomar el lugar de los diálogos, a tener más preeminencia que ellos. Porque sí, Clarice Lispector escribió ficción pero escribió mucho sobre mujeres y, podemos suponer, mucho sobre sí misma: «Tengo que buscar la base del egoísmo: todo lo que no soy no me puede interesar, es imposible ser algo que no se es», escribió en la novela Agua viva, publicada apenas cuatro años antes de su prematura muerte.
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