Annie Ernaux, la mujer que se escribe
No he salido de mi noche, editorial Cabaret Voltaire, 2017.
Sobrecogedor texto de la escritora francesa Annie Ernaux. No he salido de mi noche está concebido como un diario fragmentado, compuesto a lo largo de la enfermedad de Alzheimer que padeció la madre de la autora. Su deterioro y las sensaciones de la hija ante esa pérdida son el fundamento de este breve relato.
Lo que al principio es una convivencia, debido al rápido avance de la enfermedad constante e implacable, pasarán a ser visitas a un centro geriátrico donde es ingresada finalmente. El sentimiento de culpa de la hija cuando su madre le pide volver a casa, impotente ante la paulatina desaparición de los rasgos personales que definen a su progenitora, algunos recuerdos y las observaciones del espacio en el que la anciana convive con otras personas en su mismo estado, conforman las reflexiones de Ernaux.
Cada encuentro reafirma la terrible realidad de que la vida se está dando la vuelta, y que del orden primigenio de madre que cuida a su hija, se pasa al de la hija que vela por una madre ya infantilizada, un ser desconocido que camina hacia el abismo del olvido, sin posibilidad de detenerse. Sin embargo, la voz que nos habla desde el otro lado del papel, no puede evitar tener la sensación de que ese ser que fue y ya no es, habita una infancia reencontrada y de que, precisamente, “ahora más que nunca, es mi madre”.
El deterioro del cuerpo, la pérdida de la memoria y de la identidad, están relatados con una crudeza y una rotundidad impúdica, que se agradece la brevedad del libro. Una verdad, a pesar de la ficción que hay en toda experiencia cuando pasa a ser literaturizada, que nos obliga a la reflexión y al autocuestionamiento sobre lo mal que envejecemos, víctimas de una sociedad completamente ajena al cuerpo, a todo cuerpo que no cumpla unos cánones determinados –y eso implica el de ser eternamente joven─, que ha decidido fantasear sobre la posibilidad de frenar el avance del reloj y, por tanto, que no está dispuesta a reconciliarnos con la muerte ni con el paso del tiempo, como un proceso natural e irremediable. La vejez se esconde y eso tiene como consecuencia que el que un cuerpo y una mente se marchiten no se conciben como elementos dignos de ser contados. De ahí, posiblemente, el impacto, la sacudida que produce No he salido de mi noche.
En ese sentido, la autora francesa es transparente y directa, con una escritura despojada de todo adorno innecesario, una escritura esencial con la que cuenta aspectos de una historia personal, aparentemente banal.
Las notas son escuetas, concisas, apenas unas pocas frases completan los días reseñados. La misma Ernaux nos explica en la introducción que escribía con inmediatez: “Escribía muy rápido, sumida en la violencia de las sensaciones, sin pensar ni buscar un orden.” Y que decidió, años después, publicarlas tal cual las había creado, sin retocarlas ni rehacerlas. Son, por tanto, pura regurgitación transformada en una suerte de escritura rápida y liberadora que nos acerca a esa etapa vital donde todo, también los recuerdos, se desfigura y se transforma hasta perderse en la nada.
No he salido de mi noche es la frase con la que la madre, cada vez más ausente, comienza una carta dirigida a una amiga que nunca será capaz de terminar, y cuyo texto encuentra su hija tras el fallecimiento. La oscuridad de la noche representa los pasos iniciales de la enfermedad y la conciencia de que todo se iba tornando menos luminoso y más confuso.
En el caso de Annie Ernaux, sus títulos no beben de su biografía, su vida es la que compone su obra. Ella se cuenta. Su punto de vista es personal y su mirada se centra en sí misma, por eso todos los personajes que aparecen son meras sombras, tan solo un esbozo que la acompañan para darle réplica o para ocupar, sin más, el lugar del Otro, tan necesario para crear referentes y poder contar. Todo lo que sucede a su alrededor le vale para descifrarse a sí misma, y para ello no duda en utilizar su propio rompimiento, sus angustias, sus miedos, sus vivencias desnudas; por eso no es una historia de una madre y una hija, sino la conciencia de una mujer madura ante el paso del tiempo, la decadencia y la lógica llegada de la muerte. Muerte y deterioro que vive a través del cuerpo de la madre que, en ocasiones, identifica con el suyo propio, pues se reconoce en los rasgos heredados. Y cuya ausencia le recuerda que el espacio que los padres ocupan entre la muerte y sus hijos ha quedado vacío.
A pesar de la intimidad que refleja la obra, nadie puede sentirme completamente ajeno a los hechos que se narran. Ese es uno de los logros y un sello de identidad de la autora: elevar la condición de episodio privado a acontecimiento universal.
Annie Ernaux se escribe, básicamente, y nos invita a reflexionar convirtiéndonos en testigos directos de su historia y en espectadores de una forma de contar muy personal y desgarradora, sin adornos, fría, en ocasiones cortante y siempre intensa.