Lidia Jorge: «Recibir el premio FIL de Guadalajara ha sido una gran sorpresa y una enorme alegría»
La novelista portuguesa Lidia Jorge (Boliqueime, 1946) obtuvo el pasado agosto el XXX Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances concedido en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), considerada unánimemente como la feria del libro más importante en el mundo de habla hispana. Este año el premio reconocía la altura literaria con la que su obra novelística retrata el modo en que los seres individuales se enfrentan a los grandes acontecimientos de la Historia. Estas fueron las palabras del Jurado para subrayar los méritos de la escritora, sostenidos a lo largo de los años con una carrera literaria marcada por la originalidad y sutileza de su estilo, la independencia de criterio y una inmensa humanidad en su forma de acercarse tanto a los temas tratados en su obra (la adolescencia, la descolonización, el lugar de la mujer, la emigración, los sujetos de la Historia…) como en la presentación de los personajes que la protagonizan. Desde el libro que marcó el punto de inflexión en su trayectoria A costa dos murmurios, de 1988 hasta las más recientes Os memoráveis (2014) o la última, Estuário, Lidia Jorge mantiene una inconfundible voz al abordar los problemas que la inquietan.
Nos ponemos en contacto con ella para felicitarla, muchas de nuestras socias se congratularon en las redes al conocer la noticia, y recibir sus primeras impresiones. Vamos a ver si habrá la posibilidad de que pueda acudir a recibir el galardón en Guadalajara. Por el momento, la propia celebración de la Feria está en el aire. Vivimos en el aire de la incertidumbre.
Querida Lidia, en primer lugar, muchas felicidades por un premio tan merecido. Tú eres una escritora excepcionalmente discreta que ha confiado en que fuera su obra literaria la que se abriera camino por sus propios méritos. ¿Qué opinas de la necesidad de una presencia mediática del escritor/a para impulsar su obra?
No por el hecho de vivir en la sociedad del espectáculo todos tenemos la obligación de ser asimismo espectaculares. A pesar de todo, todavía existen vastos grupos legitimadores que continúan analizando el trabajo del escritor como condición para llegar a una promoción mediática. Son varias las instancias académicas, críticas, periodísticas que leen los libros, que los evalúan y apuestan por ellos, separando su contenido del kit promocional. Pero no por evitar por sistema su participación en la promoción la obra literaria será más duradera. Hay quienes lo hacen como estrategia, como es el caso enigmático de Elena Ferrante. Es otra forma de espectáculo, el de lograr una ausencia ruidosa. En mi opinión, lo que contienen las páginas de los libros, ese mensaje que habla en silencio, como una carta que envían los escritores a lo lejos, es siempre lo que importa. Y antes de eso, la gozosa experiencia de empezar un libro, junto a la ventana, y permanecer allí durante un año, o más, a la busca de un poco de belleza, de un poco de armonía que debe haber en algún lugar lejos de nosotros. Cada libro puede ser una pequeña muestra de todo ello, belleza, armonía…
Tu última novela, Estuario, trata de la decadencia de una familia de buena posición sacudida por la crisis económica, pero tu preocupación va más lejos. ¿Cómo surgió Estuario?
El inicio de Estuario tiene su propia historia. En Portugal, como en muchos países cuya cultura claramente no haya sido la del libro, cuando la comunicación digital llamó a nuestra puerta, la lectura prolongada comenzó a dejarse de lado inmediatamente. Pero una mañana vi a un joven sentado en una terraza, con la mano derecha envuelta en una venda quirúrgica y escribiendo palabras en un cuaderno con gran dificultad, mientras su mano izquierda levantada en el aire sostenía un libro. Me di cuenta de que, a pesar del problema que le ofrecía su mano derecha, estaba comentando o copiando, muy trabajosamente, un texto. Esta imagen del joven herido, leyendo y escribiendo, frente al Tajo, me hizo pensar en un acto de resistencia. Lo asocié al acto creador cuando no renuncia a sumar un poco de esperanza a la ruina. Pensé que Eduardo Galeano podía ser cualquiera que deseara que la Humanidad siga leyendo, manteniendo así la humanidad en cada uno de nosotros.
Nos llegó la noticia de que perdiste a tu madre durante el confinamiento. ¿Cuál ha sido tu relación con ella a lo largo del tiempo? Y … ¿tendrá una repercusión literaria la experiencia que estamos sufriendo a causa del Covid-19?
Sí, mi madre estaba muy débil, llevaba tres años en una residencia de ancianos, pero la visitábamos todos los días. Cuando llegó el virus, dejamos de verla. Durante los últimos cuarenta días, no pudimos vernos. Ella fue la primera víctima de su residencia. Falleció así, sola, aislada. Pero yo sabía que mi madre quería descansar. Hace dos años me había dicho: «Tengo la idea de que morí hace muchos años y ahora solo queda mi alma». Nunca olvidaré esta expresión. Era inteligente, vivía el agudo conflicto entre una inteligencia perfecta y la decadencia del cuerpo. Entonces lo más difícil fue el aislamiento. Pero nuestra experiencia fue idéntica a la de miles de personas en toda la Tierra. Somos contemporáneos, estamos juntos. Estoy escribiendo a partir de esta experiencia, pero siendo tan íntima, todavía no sé hasta qué punto resultará un libro publicable. Hay escritos que, por su densidad personal, deben permanecer cerrados sobre una mesa. Todavía no sé si el mundo necesita este libro mío.
Yo creo que sí lo necesita y te necesita, Lidia. Creo que por mucho tiempo necesitaremos reflexionar sobre lo sucedido. Por último, ¿qué ha supuesto recibir el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances?
Recibir el premio FIL de Guadalajara ha sido una gran sorpresa y una enorme alegría. Hace dos años, cuando Portugal fue el país invitado a la Feria, la poeta uruguaya Ida Vitale resultó ser la ganadora. En aquel momento, al ver a aquella señora, de aspecto tan frágil pero autora de una poesía tan enérgica y de una experiencia vital tan digna, sentí curiosidad por saber quién había ganado el Premio en años anteriores. Entonces me di cuenta de lo mucho que este Premio distinguía, reuniendo a escritores de ambos lados del Atlántico Sur. Cómo, bajo la égida simbólica de la figura de Juan Rulfo, se había distinguido a importantes autores cuyo imaginario es fruto de la experiencia transfiguradora de tan significativa región de la Tierra. Escritores que se expresaban y se expresan en ocho lenguas vivas, todas oriundas de las orillas del viejo mar Mediterráneo. Sin embargo, nunca imaginé que algún día mis libros serían elegidos para formar parte de ese inmenso volumen de páginas que la figura de Pedro Páramo viene convocando para aumentar su corte de visionarios.