Corona solar – Relato XV
Noche azul, sin fecha: no sé; realmente no sé y me siento en tonos azules, escribiéndome en palabras azules. Pero está aquí vibrando, resplandeciente, en toda su plenitud, y yo solo quiero jugar tanto como ella juega al gallito ciego, a tientas y con los brazos abiertos, en su casita tan blanca y pequeña, como esa luminosidad perla alrededor del disco del bichito sol.
“Te dije que es un ojo profundo y brillante, ese inefable resplandor que hace de mí la reina de este reino”.
Señorita, hete aquí un pepino. Llevo por tres. ¡Qué más da!
Cleopatra y sus baños de leche de cabra, y yo sentada en el rincón de la habitación mirándola absorta, cuando esto (tal vez) se cae a pedazos. Tres noches seguidas con una mínima intuición, sin fechas precisas, expulsada del tiempo de las cosas perecederas.
“¿Sabes qué?, deja ya de leer sobre el cuerpo en estado agonizante. No hay condiciones subjetivas. ¡No las hay!”.
Cleopatra alzó las manos y una luz de escenario le cubrió el rostro, como en 1999, antes de los créditos y la pantalla en negro. Sin embargo, prometí cortarme tres pedazos de trenza mensualmente. “¿Diariamente?” No, ni caprichosamente. Simplemente, quiero decir las cosas que no se dicen y no puedo explicar. Tal vez, es la mar en coche y el hartazgo pestilente o los golpes tan fuertes en la vida, yo no sé.
Palabra crisis: Cuerpo en estado de putrefacción que resucita (a menos que una lo haga estallar).
Instrucciones para estallar un cuerpo putrefacto: Mire a su alrededor y encuentre cabezas, corazones y manos. Luego, escuche, sonría, converse y coma alegre. No quiera coincidobedencia. Después, no siga estas instrucciones al pie de la letra.
Son las dos. Profetizo que caerá algo y que desde el mes de julio del corriente hablará. Aunque es clara del cielo la luz pura, el incendio apura.
“Eso que ves es un simple halo de luz. Mira. Es así. Llega el ojo tan alto, tan coronado de gloria, que se come pedazos del mundo. Un big brother.”
Claro, y el ojo que todo lo ve, te devora en la oscuridad, sin que seas capaz de verte tú misma encerrada en tu casita hecha fábrica, devorada y devorándome también.
Le recordé que en mi cuarto tengo conversaciones más fructíferas. Una monja varón, cuyo nombre suena a coleccionar estampillas, le dice a una monja “vete a tu torre, Rapunzel barroca, que porfías tanto”, y esta le contesta en frases gongorinas algo así como “en la cocina puedo saber más de lo que sabes tú”.
“Me gusta eso de Rapunzel barroca. Un día viene el príncipe, te usa de escalera y te roba ese objeto que tienes escondido. ¡Un asalto! Te tiras al piso y cuando este azulado príncipe está a punto de robarte, le echas el brebaje de cebollas. Bien gangsta style.”
Estoy investigando un producto lacrimógeno llamado Sulfóxido de tiopropanal. Dicen que la corona puede enceguecer los ojos y resolví hacerlos llorar. Más humedad. Más llanto. Más agua salina vertida en las grietas de los ojos que dicen ver y no soportan mirar.
“Estás empeñada en saber sobre la corona. Suficiente con que sea una maldición. Un desastre. Si no te gusta, te pones los anteojos. ¿Qué quieres que sea visto? Encerrada se pueden decir mil cosas. Sabes muy bien que estoy tramando enrollarme con una alfombra. Deberías hacer lo mismo, como todos. Al verdugo puedes conquistarlo al estilo femme fatal y olvidarte que vendrá otro más violento. Mientras tanto, despréndete. Carpe diem, querida.
¡Explota que explota, que expló, explota mi corazón! Te hago una pregunta. ¿Me cuidas o te cuidas de mí?”
Hay una diferencia muy grande entre colectividad y sensibilidad moral. Tendría que preguntarle cuánto tiempo se cuida de mí, ella que rompe todos sus techos. Recuerdo una conferencia donde una mujer de pelo gris afirmó que los que se acercan a la palabra lo hacen para sentir la resurrección. “Juegan a los títeres, muy fácil para el desdoblamiento”. Mi títere lo guardé en una caja, solo el corazón sobrevivió.
“¿Qué tiene que ver?” Nada, Cleopatra. Tal vez, algunas personas necesitan sentirse buenas.
Me pregunto si no es más provechoso desistir de la costumbre de oír tan solo lo que ya entendemos y asegurar que “los ceros son los huevos que salieron de las demás cifras” en tanta maquinosa pesadumbre. Demostraré el algo más del iris de este ojo malévolo por sobre las razones ensayadas, probadas, verificadas de los algunos que piensan por todos, eso que no puedo decirle a la señora reverencia costumbre del carpe diem, pero que existe en un hueco, un intersticio en las reglas de San Benito. Otro tiempo en el tiempo. ¿Me lo agradecerán? Será una hermosa postal. Y agregaré palabras nuevas al Diccionario de los Humanos Curiosos del Universo.
“Ven, sube un video conmigo. Llenemos este espacio virtual. Después leerás a ese italiano que te hable de las revoluciones mentales y de la fiesta para la inteligencia. Se te pasará.”
Si Cleopatra hubiese tenido los ojos bien abiertos en 2017, se daría cuenta que piensa, discute e imagina con un control remoto que cree propio y neutral, a sus anchas y semejanzas. Nada del juntarse en común aparte.
“Harán una película de todo esto y será una anécdota más. Son horrores representables. Habrá un debate de esos que te gustan y el organismo contralor de la lengua oficial de los oficios lingüísticos oficiales dirá fe-me-ni-no, como los huracanes.”
Hasta que llegó Roxcy Bolton y les quitó los humos, esfumados en 2014 cuando explicaron en un estudio que los huracanes con nombre femenino causan significativamente más muertes, al parecer porque se perciben con menor riesgo y, por tanto, se preparan con menor cuidado.
“Como una enfermedad, ¿no?”.
Lo importante es saber por qué citan El arte de la guerra de Sun Tzu. Encuentro que numerosos hombres de negocios dicen haber encontrado maneras de resolver sus conflictos en las estrategias y tácticas descritas por el militar chino. ¿Una corona es negociable y competitiva? ¿La guerra es de vital importancia para quién? ¿Es el espacio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o interesa la pérdida de una mentira que da miseria?
“Es preciso conocer el enemigo astuto, darle batalla sin derramar una gota de sangre. Te daré dos alternativas. Uno, pones una piedrita en el camino y caerá porque llegas más rápido; dos, como se cree astuto, te dará una ventaja porque piensa que eres una lenta tortuga y…Ya sabes quién vencerá”.
Son las tres de la madrugada y la guerra es una carrera de ventajas y desventajas, supuestos y teoría filosóficas demostradamente falsas.
“Está bien. Acá la cuestión es saberse humanos, vulnerables. ¿Después qué? Lo mismo, querida, esto es una sus-pen-sión. Todos hablan sin decir nada. Bla, bla, bla, cada uno en su lugar, desde su lugar”.
Me siento mal. Alguna vez se cantó a los soñadores y amadores del mundo de las mariposas y ruiseñores. Gritaré que los estoy buscando, Gioconda, para construir y vivir en este intersticio, donde no tenga que leer la preferencia de un robot a una persona. Reemplazar, tirar, usar, tirar, reemplazar. ¡Qué basura! USAR y BOOM. Y le harán BOOM a la Luna que miro desde mi ventana.
“No busques teleologías”, me dijo, “puedes redistribuir, que suena muy bien, y haces BOOM a la montaña, BOOM al agua, BOOM a la tierra, BOOM a la semilla, BOOM al aire, BOOM al bosque, BOOM, BOOM, BOOM pero con medida eficiencia. Y todos contentos que nos alcanza hoy y mañana. Suena muy bien. ¿Te pagan por tus ideas, querida?”
Cleopatra se acercó y me agarró del mentón, como si fuese un pequeño y dócil perrito a regañar. Era mi problema que mis ideas fueran imprecisas o no cotizables, porque todas las buenas ideas circulan, salen en primera plana y tienen una inversión, como las que salen de las bocas del mercado filosófico de la plaza pública de papel, que hablan pronto, sin decirme qué significado tiene luchar y vivir en lugares donde se come, se bebe y se respira veneno.
Son las cuatro.
Es absurdo cómo la más leve neblina en el cielo azul enmascara la corona. Me preguntarás qué es la vida, Cleopatra, y quizás, me clavarás tu pequeña pupila azul, azulando la tristeza de mi noche azul. Podría darte las uvas que te gustan -los lugares comunes de las historias cuando niña-, y enseñarte que es más que tú y que yo misma, tan vulnerable y frágil, pero tan fuerte e intensa cuando crece y crece con los demás.
“Creo que estar encerrada te hace mal”, me dice burlona. “¿No te gustaría estudiar el halo de la Luna? ¿Me podrías explicar cuando la Luna tiene halo, mañana húmedo o malo?”
Será que lloverá tanto y me ahogue, que se ve a simple vista un rojo interior y un azul exterior del anillo de cristales de hielo. Un arcoíris nocturno pese a la explicación del brujo y sus prismas.
“Tú serías como la bruja de la corona solar”.
Me ocupo de hacer un hueco, Cleopatra, para mentes embrujadas de sí mismas. No es fácil hablar de la vida y su hermosa libertad después de saber que sería posible una enfermiza corona solar.